Después de mucho andar por aquí lo que más puede definir este paisaje es que es una tierra de vinos. Hay viñas por todas partes, bien cuidadas, mimadas, variadas y coloreadas en este tiempo de vendimia. Carcasona no es solo el centro del País Cátaro sino también el centro de una región de vinos, variados, agradecidos y a buenos precios. Los blancos son afrutados, sin la acidez a la que nos tiene acostumbrados el verdejo. Los tintos están en torno a 12º, suaves y delicados de sabor, más aromáticos que nuestros vinos riberas, dominados por el roble.
Después de Carcasona pasamos por la Abadía de Sant Hilaire. Para no hablar de arte y de historias repetitivas, es mejor comentar que los frailes de este lugar elaboraron el primer vino espumoso de la historia, la Blanchette, que hoy da nombre a unos buenísimos caldos blancos. Aquí sigue la bodega-cueva donde algún fraile se despistó en la fermentación y consiguió por error un nuevo tipo de vino que haría las delicias de Francia y luego sería perfeccionado en la región de la Champagne.
La Abadía contiene además el Sarcófago en mármol del conocido como Maestro de Cabestany que influyó en toda la escultura románica del Pirineo y buena parte de nuestro Camino de Santiago. Aquí tomaron forma estas simpáticas, sencillas y expresivas caras del románico más popular. La Abadía estaba fortificada, como muestra de esos tiempos guerreros medievales. También los monjes eran parte del poder y debían aislar y defender sus riquezas. No bastaba con rezar y cavar el huerto.
Pero siguiendo con la línea turístico-gourmet hay que decir también que estamos en la tierra del Cassoulet. Lo hemos probado un día sí… y otro también. Es una cazuela de alubias blancas con carne de pato confitado, puesto al horno para formar encima una costra de pan rallado. Por supuesto, siempre requiere una segunda parte de siesta. Al lado de la Abadía hay un restaurante de comida casera que prepara un cassoulet inolvidable para nosotros.
Luego pasamos por las ruinas de la gran Abadía d´Alet-les-Bains, que llegó a ser Obispado, con catedral…Hoy es una ruina bien cuidada y aprovechada. Visitando estos muros me viene a la mente las ruinas del Convento de la Armedilla, en Cogeces, perdidas y olvidadas en medio de la nada. Allí un alcalde visionario consiguió una subvención del Proder y con algún arquitecto muy moderno logró que algún político de encefalograma plano aprobara un proyecto que levantó un muro-contrafuerte en piedra naranja (donde todo es caliza blanca) para inaugurarlo y venderlo políticamente como las restauración de la Armedilla. El resto son muros inseguros, dependencias hundidas y portadas amenazantes…visitantes abstenerse. Esta Abadía de Alet es como La Armedilla consolidada, asegurada, visitable… y lista para desvelar sus historias medievales.
Para cumplir con nuestra Ruta Cátara hemos terminado el día quemando calorías en el vertical ascenso al Castillo de Puilaurens. Impresionante como todos por su emplazamiento, parece que no tuvo mucho protagonismo en la Cruzada anticátara. Simplemente sirvió de refugio, sin que se conozcan historias de batallas. Pero sí es bastante conocido porque fue reforzado para fortificar la línea defensiva frente al reino de Aragón, hasta 1659, en que todo pasó a ser territorio francés. Nuestro Fernando el Católico debió de tener buenas peleas por aquí para defender sus dominios. También el Rosellón formaba parte de la España que unificaron los Reyes Católicos.
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