Día 13. La vida dentro del Ger 16 de agosto
Hemos dejado Ulan Batoor para adentrarnos en Mongolia. Más de 400 kilómetros de estepa por carreteras, pistas, caminos y sendas. Parecemos una auténtica expedición en nuestra furgoneta amarilla, con Gana, conductor Yavka, guía y Bruma ayudante de guía, una chica mongola que quiere practicar su español con nosotros. Primera parada para llevar medicinas a la madre del conductor.
Es nuestro primer contacto con el ambiente rural y primera alucinación con las gentes, sus caras, miradas, y saludos. Luego un familiar nos lleva a visitar su Gher en medio de la nada, con el cielo y los caballos por compañía. Vemos ordeñar yeguas y destilar vodka a partir de su leche fermentada. Es el modo más primitivo de destilación. Sin alambique pero siempre un método efectivo.
Está claro que cada cultura, cada pueblo, en cada época ha tenido un modo de conseguir una ayuda para darse una alegría. Siempre se ha bebido o fumado alguna sustancia para poder ir tirando en este camino de chinarros. Visitamos otro Gher.
Nos sientan y nos agasajan con todo lo que tienen, con lo que es su propia vida: yogur y requesón recién hechos, mantequilla que se puede comer a cucharadas por lo buena que está, el té mongol con unos panecillos que parecen hechos por novicias. La mujer se afana en atendernos, el hombre, sentado con nosotros nos explica todo lo que puede.
El Gher ha sido la vivienda de los mongoles nómadas durante siglos. Es una amplia tienda circular, hecha con fieltro (lana de oveja prensada) que es muy cálida e impermeable. La estructura es de madera desmontable para trasladarse con el ganado cuando el pasto se agota. En el interior hay una estufa de leña en el centro. Alrededor hay un grifo, frigo, algún aparador-despensa, un sofá grande y alguna cama estrecha. Nuestra antigua ministra lo llamaría “solución habitacional para jóvenes”. Es el centro de la vida social y familiar desde hace milenios.
El interior circular da intimidad, calor humano y proximidad afectiva. Nos hacen sentirnos como en casa. Para nosotros es un auténtico shock el hecho de poder meternos en la vida de estas personas, es tocar con la mano la vida de hace cientos o miles de años. Nada ha cambiado, salvo un panel fotovoltaico para el frigo y la bombilla.
La vida, pegada a la tierra y al ganado, continúa igual que en tiempo de Genggis Khan. Por la tarde nos alojan en un paraje idílico, frente a una pequeña montaña que nos protege. Hay unos cuantos Ghers y nos quedamos dos en cada uno. Después de cenar nos reunimos en uno al calor de la estufa. Y el calor de la convivencia de estos días nos ayuda a cantar junto al fuego “Noche de Mongolia y de ilusión”. Pronto oímos las quejas de los vecinos de al lado, que no deben ser tan nómadas como nosotros.
Comentamos el día tan intenso que hemos vivido. Sentimos que estamos tocando la auténtica Mongolia. Llegamos mucho más allá de lo que esperábamos. El contacto tan cercano con la gente nos ha dejado huella. Podemos imaginarnos la vida de estas familias moviéndose de acá para allá todo el año, al lado de los caballos. Los niños en invierno están internos en el colegio. Los padres sobreviviendo al durísimo invierno de la estepa, entre vientos y temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. ¿De qué nos quejamos nosotros? Siempre la felicidad es relativa.
Hoy comento:
Iniciamos el camino por el interior de las estepas de Mongolia sin imaginarnos cuánto nos iban a sorprender y cuánto nos iban a cambiar nuestra forma de ver el mundo.. Apenas hay carreteras asfaltadas. ¿Podemos imaginarnos ir desde Madrid a Santander solo por pistas y caminos de tierra? Así fue nuestro viaje.
Nos recibían en algún gher donde parábamos y nos abrían la puerta a un mundo completamente diferente de todo lo conocido. Lo sencillo y lo simple dominan la estepa. ¿Dónde queda el sentido de nuestra veloz vida moderna que nos llena de imprescindibles cachivaches a cambio de que le entreguemos todo nuestro tiempo? Este es el mejor valor de un viaje: ayudar a interrogarnos sobre nosotros, sobre nuestra vida y nuestros valores.
Todo este recorrido estuvo muy lejos de las “turistadas” que hemos sufrido en otros sitios al visitar pueblos típicos, “aldeas remotas” o tribus con antiguas tradiciones.
Nosotros realmente sí que ejercimos de turistas. Llevábamos algunos regalos para los niños que nos encontrábamos: material escolar, globos, escudos y banderas que nos había dado la Peña del Barça…Disfrutamos de verdad. Allí nos encontramos con esos niños que dicen que aprenden a montar a caballo antes que a andar.
La noche en la estepa era muy fría pero encontramos calor del fuego y mucho calor humano.
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