La Navidad y la guerra nunca han hecho las paces. Hace 100 años acababa de empezar la I Guerra Mundial y los jóvenes de una lado y de otro se estaban matando como nunca se había hecho antes en la historia. En la guerra de trincheras de Bélgica y del norte de Francia se estaba viviendo el infierno. En un día morían 25000 franceses… y la guerra continuaba. Los pobres chicos de cada lado no tenían ningún motivo para odiar a los de enfrente, pero las órdenes eran tajantes ¡Hay que resistir!, y por el otro lado ¡Hay que continuar la ofensiva!Así durante cuatro años y millones de muertos.
Cuando llegó la Navidad y la pertinente tregua, los soldados alemanes estaban cantando “Noche de Paz”. Al oírlo los soldados franceses salieron de sus trincheras y se unieron a ellos. Se felicitaron y se intercambiaron regalos. Así sucedió los días siguientes. ¿La guerra había terminado? Ante esta situación el alto mando prohibió la confraternización y mandaron bombardear por ambos bandos para que no decayera “el espíritu de combate”.
En la Navidad de 1915 la guerra continuaba con mayor dureza. Se había extendido a Turquía. He visitado hace poco la Península de Gallipolli, a la entrada del Estrecho de Los Dardanelos, que da paso a Estambul y al Mar Negro. Los aliados trataron de invadirla para dominar el estrecho. Fue el mayor desastre de la Guerra. Murieron unos 250.000 soldados por cada lado. Recorriendo aquellas colinas frente al mar se pone la carne de gallina. Hoy se visitan diversos cementerios… de los Australianos, de los Ingleses, de los Neozalandeses, de los Turcos. Ni siquiera se unieron los orgullosos militares para hacer un cementerio común. Visité las trincheras que están intactas. Apenas distan 30 metros unas de otras. Cuando llegó Navidad se vocearon de un lado al otro. Salieron, se felicitaron, se abrazaron y se intercambiaron chocolate, galletas y whisky, además de objetos personales, como señal de mutua amistad. Pero también se les prohibió inmediatamente continuar con esos actos. La guerra es la guerra. Continuaron intercambios esporádicos, con anécdotas propias de Gila, como la de un soldado australiano que cada noche iba a cenar con los turcos porque se comía mejor que en su campamento. ¡!
Parece que, como homo sapiens, llevamos la guerra escrita en los genes y que aún tardaremos muchas generaciones en borrarla. Entonces hay que alegrarse más aún porque pertenecemos a una generación que no ha vivido ni sufrido una guerra.
La Navidad nos hace imaginar un mundo sin guerras, el paraíso pedido, que nunca existió. El paraíso está delante, en el día que hayamos hecho desaparecer el gen de la guerra, que acarreamos desde los Australopithecus. Mientras tanto, disfrutemos de nuestra larga tregua y… ¡Feliz Navidad!
Jesús Eloy García Polo
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