Somos nómadas
Como Homo sapiens llevamos vagando por estos lares unos trescientos mil años. Solo los últimos seis mil, más o menos, hemos vivimos asentados en lugares estables. Por tanto, solo el dos por ciento de nuestra historia lo hemos vivido como sedentarios. El resto del tiempo hemos andado errantes. Ese espíritu nómada aflora a cada momento en nuestra piel. Cambiamos de residencia, nos echamos al monte los fines de semana, pasamos las vacaciones en lugares diferentes de nuestro domicilio habitual, viajamos a lugares desconocidos y, sobre todo, suspiramos por conocer muchos lugares lejanos que nos seducen por su interés o su exotismo.
Sin duda, en quienes andan por el Camino de Santiago se ha despertado ese espíritu nómada que habita en nosotros y se lanzan a peregrinar por un tiempo, al igual que hacían nuestros lejanos antepasados, aunque los motivos nos parezcan diferentes. Algunos hablan de razones religiosas, otros de conocimiento personal, de búsqueda, de huida o simplemente para ahondar en una manera distinta de vivir, rompiendo con una sociedad muy establecida, con ataduras fuertes y marcadas por el dolor de cada día. Ya me han dicho que no está bien visto el preguntar “y tú ¿por qué haces el Camino?”
Somos nómadas. Todos continuamos siendo nómadas. Cada vez que nos ponemos en camino, por viajes, vacaciones, cambios de ciudad… salimos a buscar el paraíso, supuestamente perdido. Y la mayor metáfora actual de esa búsqueda es el Camino de Santiago. Vamos en busca de nueva vida, de conocimiento, vamos en busca de sentido. Llega un momento en que nos damos cuenta de que no estamos aquí solo para trabajar como esclavos cinco días de la semana y disfrutar los otros dos de una libertad vigilada y teledirigida hacia el consumo, el super, las redes, las series, las “experiencias de fin de semana”, las “escapadas románticas” o “los lugares que no te puedes perder”. Cargar las pilas para continuar viviendo una vida de mierda.
Somos criaturas creadoras de mitos y el del paraíso perdido puede ser el primero y más enérgico porque pervive desde que él Génesis nos dice que fuimos expulsados de allí. Así empezamos a ser nómadas. Siempre nómadas. África era muy grande, además de confortable. No había ninguna necesidad de alejarse de allí, por desiertos y mares para buscar una vida diferente. Pero hacia allá fuimos, siempre movidos por la curiosidad: “¿Qué habrá tras esa montaña?” Esa es la pregunta de cada viajero. Ése es el leitmotiv de todo conocimiento.
Como nómadas hemos adquirido un sentido planetario, hemos aprendido que la Tierra es nuestro hogar. No es simplemente nuestra despensa, ni es una mera fuente de recursos. No tenemos que “dominar” las fuerzas de la naturaleza. No tenemos que “explotar” sus riquezas. La Tierra es nuestra madre. Pertenecemos a ella. Un buen día soplará un viento y nos llevará.
Pero cuando nos hicimos sedentarios empezamos a olvidar esta vieja sabiduría acumulada a lo largo de milenios. Llegaron dioses nuevos, alejados del amor a la madre Tierra. Llegaron los sacerdotes, llegaron los imperios, con ellos las guerras y el dominio de unos hombres sobre otros, cuando la Tierra era suficientemente extensa para dar cabida a todos y además sobraban alimentos, sobraban riquezas… Pero arrastrábamos la maldición bíblica del deseo de poder y de dominio.
En nuestros días la mayor parte de la población vive en ciudades, alejada de la naturaleza. Viven de espaldas a sus ritmos y a sus enseñanzas. Ya nadie ve las estrellas. Nadie contempla el cielo nocturno sin límites que nos explica claramente cual es nuestro lugar en el mundo. Ahora todo debe ser rápido o inmediato. Todo debe ser nuevo y seductor. El fluir del espacio natural es exactamente lo contrario. No se puede amar ni respetar lo que no se conoce.
De espaldas a la naturaleza vamos camino del desastre, como vemos en las noticias de cada día. Ya muchos se niegan a escucharlas para no deprimirse. Esconder la cabeza no hace desaparecer los problemas. Surge la incertidumbre ante el futuro y fruto de esa incertidumbre llega el miedo al futuro. Ya no hay nada seguro, como en tiempos pasados. Ni el trabajo, ni las relaciones afectivas, ni los valores, ni las antiguas costumbres o instituciones…Se nos abre una incertidumbre permanente. Para expresar este mundo y nuestro futuro incierto unos hablan del “individuo flotante”, otros de “una sociedad líquida”. Nada hay estable, todo se mueve. La vuelta atrás no es una opción. El futuro es un país muy extraño.“Los hombres quieren volar, pero temen al vacío. No pueden vivir sin certezas. Por eso cambian el vuelo por jaulas. Las jaulas son el lugar donde viven las certezas” (Los hermanos Karamazov. Dostoievski)
Muchos tratan de recuperar un pasado idealizado que nunca existió. Se aferran a grupos, creencias, ideales que supuestamente fundamentaron la sociedad del pasado, pero esa sociedad ya no existe y no volverá. El mundo antiguo se ha roto en pedazos como una vasija de cerámica. Unos tratan de rebuscar todos los trozos para reconstruirla. Otros están buscando lugares donde hallar arcilla para tornear una vasija nueva.
Somos nómadas y solo siguiendo nuestro espíritu nómada, no sedentario ni acomodado, podemos encontrar el hilo de Ariadna que nos conduzca a la salida del laberinto. Navegamos con Ulises y nuestro mito ahora es Ítaca. No es la vuelta al pasado intacto, es la vuelta al antiguo hogar, que ya es un hogar diferente. Es un retorno cargado de sabiduría y conocimientos, como escribe Kavafis, lleno de dolorosas experiencias y de combates perdidos. No se puede navegar por la vida sin naufragar alguna vez. Cuando Ulises llegó a Itaca, no tuvo un feliz recibimiento. Penélope no lo reconoció, debió superar pruebas y mostrarse violento con sus contrincantes…antes de gozar del regreso al viejo-nuevo hogar.
“Ítaca te regaló un hermoso viaje / Sin ella no hubieras emprendido el camino / Más ninguna otra cosa puede darte / Aunque pobre la encuentres, Ítaca no te engaña / Rico en saber y en vida, como te has vuelto / Comprenderás qué significan las Itacas”
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