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Colores de Bretaña y Normandía (2)

  • Carnac

‘Cuando dejo descansar mis pies, mi mente también deja de funcionar’ (JG Hamann).

Volvemos a tomar el camino de la costa y nos encontramos con uno de los espacios monumentales que más admiración y preguntas despierta. Estamos en los Alineamientos de Carnac. Más de tres mil menhires nos esperan desde hace unos cinco mil años… Es uno de esos lugares que, por más fotos y videos que hayamos visto previamente, nos sorprenden y nos dejan mudos de admiración, haciéndonos las mismas preguntas que se hicieron los primeros arqueólogos. ¿Qué es esto? ¿Qué significa? ¿Para qué lo levantaron? ¿Por qué un esfuerzo tan sobrehumano?…

Estos monumentos fueron erigidos entre el V y el III milenio a.e.c. Conforman un paisaje megalítico formado por menhires, dólmenes y cairns (túmulos enterrados). Hay hasta 9 series de alineamientos, entre los que destacan el de Kermario por las dimensiones de los monolitos y el de Kerlescan por sus trece hileras de piedras que convergen en  un gran cairn sepulcral. Las piedras fueron traídas, a veces desde decenas de kilómetros, por los hombres de una sociedad que se dedicaba a la agricultura y a la ganadería y que debían tener una fuerte organización social. Pero, ¿por qué lo hicieron? ¿Qué les motivaba para realizar tamaños esfuerzos que requerían toda la mano de obra disponible más allá de las tareas del sustento?. Sigue siendo un misterio. Los primeros cristianos los demonizaban, los destruían  o los cristianizaban por ser piedras adoradas por los paganos. La Leyenda de San Cornelio contaba que eran romanos petrificados. Luego se consideraron templos celtas. Hoy se conocen muchos datos pero se desconoce su función. Sabemos que estos conjuntos monumentales no guardan relación con las estrellas, el sol o la luna. Tampoco eran templos y solo algunos espacios eran lugares de enterramiento. La pregunta continúa…¿para qué tanto esfuerzo?.

Probablemente nunca lleguemos a saberlo porque es casi imposible interpretar la vida y creencias de una sociedad de la que no tenemos ningún testimonio escrito. ¿Podemos imaginarnos qué pensarían unos arqueólogos del futuro si no conocieran nada sobre nuestras religiones y encontraran senderos llenos de cruces de piedras? Sería imposible su interpretación. Algo así nos ocurre con estos monumentos. Al igual que los griegos dedicaban toda su energía sobrante a construir sus grandes templos o las sociedades medievales a levantar las imponentes catedrales góticas, estas sociedades megalíticas consagraron su esfuerzo en la colocación de estas piedras donde seguramente plasmaron sus necesidades y creencias espirituales. Como siempre ha ocurrido a lo largo de la historia, estas grandes construcciones religiosas contribuyen a cohesionar la sociedad, a darle un sentido y a mantenerla unida frente a los avatares del destino, guerras, hambrunas y calamidades naturales. 

No nos queda más que admirar y respetar profundamente estos miles de piedras como testimonios de un pasado desconocido y como un mensaje de la sabiduría acumulada por aquella sociedad, arcaica para nosotros, pero sabia para encontrar lazos de unión, para adaptarse a la naturaleza y para sobrevivir en condiciones adversas.

Seguimos nuestra ruta por los pequeños pueblos de la Bretaña y encontramos que cada uno guarda una historia, un rincón, un castillo o cualquier motivo que anima a detenerse, dar un paseo y disfrutar de este verde sin fin, de este país de hortensias infinitas y de jardines envidiables para unos castellanos de secano. Nos mantenemos todo el día con el chubasquero encima. A veces llueve y a veces diluvia. Pasamos una mitad del día sudando y la otra mitad mojándonos y procurando no pasar frío. Este paisaje tan verde tiene su precio.

Pasamos por Pont-L´Abbé, y nos encontramos con el primer molino de marea que vemos. Empezamos a darnos cuenta de la importancia de las mareas en esta zona por la gran diferencia entre la pleamar y la bajamar. Son auténticos testigos de la economía bretona que  utilizaban el ritmo de de las mareas durante todo el año para captar la energía y moverse. 

Es un pueblo surgido en torno a un gran puente que mantenía y controlaba estos molinos. Está flanqueado por un gran castillo-vivienda y es uno de los pocos “puentes habitados”. El Ponte Vecchio de Florencia surgió bastante después. Creció  gracias al comercio desarrollado en su estratégico puerto. Era famoso por su mercado de los jueves. Allí acudimos a surtirnos de quesos, sidra y cervezas bretonas artesanas. ¡Qué variedad de quesos!

Pont Aven.

Encontramos otro puente con diferente atractivo, Pont-Aven. Es un pueblo de gran atractivo turístico desde que en 1886 Paul Gauguin decidiera instalarse aquí por el encanto de sus rincones en torno al río, la luz cambiante, los colores suaves y la riqueza de una naturaleza exuberante. Quedó establecida una Escuela de Pont-Aven por los numerosos artistas que continuaron pasando por aquí. Es conocida como “la ciudad de los pintores”. Hoy es un bonito pueblo lleno de galerías y artistillas variopintos que intentan mantener ese atractivo bohemio de los tiempos del Impresionismo. Hacemos un recorrido junto al río conocido como “el paseo del amor” y resulta fácil imaginar cómo la poesía de los paisajes, la música del agua y la luminosidad de todo el pueblo fascinaba a los artistas.

Cuando queremos sentarnos a comer algo ya vemos que se va reduciendo la variedad y que es muy difícil salir de las tópicas crêpes, galettes o los moules… Más allá, los precios se disparan y por eso  continuamos con este tipo de comida rápida bretona.

Llegamos otra vez hasta la costa, la ciudad de Concarneau, con murallas, castillo, historia y agua, mucho agua en los cielos. Volvemos a encontrarnos con un camping inmaculado, incluso tenemos un grupo de rock al atardecer que versionea con dignidad a los mismos Rolling. El sonido de la lluvia durante toda la noche nos recuerda que estamos en Bretaña.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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