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Desde el mar de Pinares: De banderas, himnos y patrias

La Virgen y la enseña nacional.

La Virgen y la enseña nacional.

En la Tierra de Pinares somos un poco flojos en estos temas de patrias y banderas. Hace siglos las paseamos por medio mundo. Luego volvimos a casa escaldados y quemados por el fuego que provocaban. Ahora estamos curados de espantos. Sin embargo, nos estamos acostumbrando a que, cada cierto tiempo, aparezcan peleas, líos y enredos con las banderas y con los himnos de algunas zonas de España. Se suceden las amenazas, el griterío y la bronca, pero nunca hay un debate abierto y tranquilo sobre el tema. Este lío recurrente muestra que hay un problema, o un gran problema, de fondo y que no se hace nada por resolverlo. Las banderas simplemente son símbolos y las guerras da banderas son signos de otras problemas que no quieren reconocerse.

Será bueno recordar que las banderas se inventaron para ir a las guerras. Siempre se izan para decir al otro que somos diferentes. Cada vez que alguien levanta una bandera, sea la que sea, está diciendo algo así como “cuidado conmigo, que soy diferente”. Y además, da por supuesto, que es más listo, más rico, más trabajador, con más raíces históricas y con un futuro más prometedor.

Nunca se ondean las banderas para unirse a los vecinos, sino para amontonar a los propios contra ellos. Separan y marcan territorio. Siempre se airean las banderas contra alguien. Si no, no tendrían sentido. El mismo papel les reservamos a los himnos patrios. Son símbolos necesarios, pero encierran un gran peligro si se utilizan sin leer las contraindicaciones históricas.

La bandera de Andalucía y la catalana en un balcón.

La bandera de Andalucía y la catalana en un balcón.

Admiramos el respeto con que los americanos escuchan su himno, la pasión de los franceses al cantar la Marsellesa como símbolo de unidad tras los atentados de París y admiramos lo que significa la bandera para italianos o alemanes, pero no entendemos qué nos pasa con nuestros símbolos patrios. Ni la bandera, ni el himno, ni la fiesta nacional consiguen unirnos o hacernos sentirnos orgullosos. Estos hechos nos dicen que hay un problema, oculto y soterrado, que nunca se aborda. La desafección hacia la bandera, himno y fiesta nacional es solo la muestra del problema, no el problema en sí.

Los más jóvenes asocian la bandera y el himno con los triunfos deportivos de nuestros deportistas en fútbol, baloncesto, natación…. Los de mayor edad hacen otras asociaciones diferentes. Estos símbolos nacionales cruzaron la Transición, desde la Dictadura hasta la Democracia, por miedo a afrontar un debate que pudiera abrir heridas mal curadas. Tanto Santiago Carrillo como Felipe González admitieron la continuidad de estos símbolos, pensando que su aceptación supondría la aceptación por parte de toda la izquierda española. Pero enseguida la derecha, representada por la Alianza Popular de Fraga, se adueñó de la bandera, la tomó como signo de su propia identidad y la utilizó como escudo y lanza contra las banderas autonómicas que entonces empezaban a ser legales. La bandera y el himno pasaron a ser bienes privativos de la derecha, que los ha seguido utilizando hasta hoy. Apenas ha habido intentos de la izquierda por reclamar la bandera como símbolo nacional.

La gente de mi generación mantiene aún la imagen de la bandera ondulante sobre el rostro de Franco a los acordes del himno, cerrando cada noche las emisiones televisivas, durante muchas noches y muchos años. Franco se envolvió en esta bandera por oposición a la bandera de la República. Por eso asociamos esta bandera, este himno y esta fiesta nacional con un tiempo de dictadura y de represión. No hace falta dar muchas vueltas históricas. Los símbolos no funcionan racionalmente y si no se filtran con las emociones más profundas, no hay nada que hacer. Después de casi cuarenta años de democracia vemos que no ha sido así y que tanto la bandera como el himno siguen cautivando mucho más a la derecha que a la izquierda.

La bandera y el toro.

La bandera y el toro.

Poniendo un ejemplo muy nuestro podríamos decir que un himno nacional debería ser como un “A por ellos” para todos los españoles. Algo que no es de nadie, que nadie puede utilizar políticamente y que funde a todos en la misma emoción. Estamos muy lejos de considerar así tanto la bandera, como el himno o la fiesta del 12 de octubre.

Tenemos un problema. En primer lugar tenemos que reconocerlo. Cuando tratamos de esconderlo o huir de él, vemos que no hace más que crecer. Tenemos políticos a los que pagamos para que resuelvan estos problemas de convivencia, no para que los escondan o los utilicen como armas arrojadizas en tiempos electorales, para remover las emociones más primitivas y los sentimientos más manipulables.

Desde el Mar de Pinares: Jesús Eloy García Polo

Autor: Opinion

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