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Desde la ventanilla…Siberia

Dia 6: En el corazón de Asia 09 de agosto de 2011

Esperábamos más variedad de personas y personajes en el tren. Pocos turistas, una pareja italiana con los que tocamos el «blues del Transiberiano», otro grupo de 5 españoles y muy pocos europeos más. El resto son rusos, todos con ese carácter áspero, modelo Breznev, sin dejarse influir por la sonrisa perestroica de Gorbachov.

Desde Moscú viaja en nuestro vagón una familia rusa. Los padres acompañan a su hijo con parálisis cerebral severa, inmovilizado sobre la cama del compartimento. A todos se nos parte el alma cada vez que pasamos por delante. Una escena que para nosotros es dramática, para los padres es cotidiana. La madre pendiente del hijo, completamente pálido y con la mirada sin sitio; el padre queriendo distraerse viendo películas en el ordenador. El tren es el reflejo de la vida misma. Cada uno viaja con sus dramas, con su aburrimiento o con sus alegrías.

No han faltado las partidas de mus con los recientes amigos. Tampoco la música de cada tarde. La guitarra y la armónica forman parte del kit de supervivencia para el Transiberiano, junto con un cacillo de porcelana, una navaja multiusos y un enchufe múltiple para cargar las baterías de todos. Hay que añadir sueros y pastillas para solucionar la escasez o el exceso de necesidades.

La taiga, este inmenso bosque con predominio de abedules, continúa siendo nuestro paisaje habitual. Hemos cruzado alguna zona de pequeña montaña, que nos recordaba la España verde, con casas de madera cuidadas y coloridas. Nos queda una noche en el tren. Se nos ha hecho corto este primer gran tramo. Cuando, de madrugada, lleguemos a Irkustk serán 5.185 kilómetros los que nos separen de Moscú.

Algunos de los pasajeros rusos han visto más películas que nosotros en un año. Otros no han perdido su cara de aburrimiento. Las responsables de los vagones no han esbozado ni una sonrisa en todo el camino. ¿Han sido siempre así o esto es el poso soviético? Ya vemos que Siberia es tierra dura para hombres duros, pero suponíamos que el sol del verano alegraría un poco estas vidas. Nuestro carácter abierto, nuestras voces, nuestra música… todo les sigue llamando la atención. Habrá que cantarles » dale a tu cuerpo alegría Macarena, oehhhh…»

Hoy comento:

En este primer gran tramo, estamos pasando muchas ciudades sin detenernos en ellas. Desde el tren entendemos los comentarios de los viajeros que hablaban de la falta de interés de estas ciudades grises, industriales y monótonas. Es cierto. Esa Siberia solo puede interesar a los estudiosos de la vida rusa. Nosotros veíamos Siberia, tranquilamente desde nuestras ventanillas, como un paraje bucólico de prados, bosques y casitas de cuento. La realidad es muy diferente. La vida debe de ser durísima en los inviernos de aquí. Algunos viajeros han escrito que no hay experiencia comparable con hacer este viaje del Transiberiano en pleno invierno, con todo nevado, helado y la vida moviéndose a 40 grados bajo cero. Tendrá su encanto, pero…

En estos días, aquella Siberia que recorrimos, de grandes bosques, inmensos ríos y pantanales en el verano, vuelve a estar en las noticias por las amenazas del cambio climático. Por un lado, los rusos empiezan a suponer que muchas de sus frías tierras pueden ser cultivables. Pero, por otro, ese suelo congelado por milenios, el permafrost, se está descongelando rápidamente. Eso supondrá la liberación de ingentes toneladas de CO2 y de metano, más peligroso aún. Supondrá levantar la tapa de los truenos. Las nuevas ciénagas serán hervideros de bacterias y enfermedades congeladas por siglos. Aún así, los rusos lo ven como una oportunidad para conseguir más gas, petróleo y riqueza minera en general. No sabemos cuándo llegaremos al fatídico punto irreversible al que nos lleva esta locura por el desarrollo y el progreso sin fin. Mientras tanto, continuamos el viaje…

Recuerdo ahora con una sonrisa la hilarante discusión que tuvimos la última noche en el tren para aclararnos con el juego de los dos horarios. Tras hacer muchas sumas y restas… concluimos que debido a ese desfase horario, en el momento en que estábamos cenando, a las diez de las noche, con el horario oficial, nos quedaban apenas dos horas hasta que saliera el sol, con el horario real de nuestra llegada a Irkustk. Así era. Y dejamos el tren de madrugada, tras cuatro días inolvidables de viaje, con mucho sueño con mayor impaciencia por empezar a pisar el corazón de Siberia.

Autor: Redacción Cuéllar

Muévelo

1 Recado

  1. Yo he hecho el transiberiano en invierno
    Por mas que hayas viajado,es una experiencia unica
    No hay turismo y vives la verdadera e immense Rusia

    Responder

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