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En ruta por la Raya de Portugal

  • Castro de Santa Tecla

Si no se puede viajar al extranjero en estos tiempos… al menos se puede viajar por la frontera cercana. Siempre me ha llamado la atención todo lo relacionado con “La Raya”, como suele conocerse la frontera hispanoportuguesa. Durante las Dictaduras, de uno y otro lado, oíamos hablar del “país hermano”, pero las relaciones reales se limitaban al pequeño contrabando de café y cosas menores o los mercados fronterizos de toallas y sábanas. Siempre vivimos de espaldas. Entonces aparecieron libros hablando de “La Raya” como el conjunto de comarcas más pobres y abandonadas de toda Europa.

Hoy ese panorama ha cambiado pero toda la frontera esconde un atractivo particular porque allí se mantienen aldeas, pueblos, formas de vida y de estar en el mundo que van desapareciendo por otras partes. Toda la frontera es una sucesión de castillos, murallas y fortalezas que son testigos de “la amistad entre los pueblos” a lo largo de los siglos.

Sus 1214 kilómetros la convierten en la frontera más larga de Europa. Desde la desembocadura del Miño a la del Guadiana. Pero aún tiene más interés el hecho de que sea la frontera más antigua de todo el continente. De forma real surgió en 1143 cuando, tras el Tratado de Zamora, Portugal se independiza del Reino de León. Pero es en 1267 cuando Alfonso X de Castilla y Alfonso III de Portugal delimitan los territorios en el Tratado de Badajoz, luego retocado en el Tratado de Alcañices (1297) Fue un hecho histórico porque sirvió de referencia en los reinos europeos para la demarcación de fronteras, sin clara definición hasta entonces.

Eran los tiempos de la llamada Reconquista y los reinos cristianos iban extendiéndose hacia el sur, en conflicto permanente con sus vecinos y en medio de refriegas internas que involucraban a veces a todos los reinos de la península.

Como cada viaje, esta ruta fronteriza es un paseo por una geografía física y un repaso por los siglos más interesantes de nuestra historia. Es un recorrido por tierras, climas, arquitecturas, vestimentas, músicas, gastronomías y caldos muy variados que enriquecen lo que conjuntamente podemos llamar Iberia. Hoy podríamos hablar de la frontera que nos une. Ya es permeable, tanto que no existe físicamente. Ni siquiera una raya. A veces un simple cartel con el nombre del país. Así entendemos que las fronteras son simples creaciones humanas, puntos y rayas. En la naturaleza solo vemos ríos y montañas, que cantaba Violeta Parra.

El viaje por la frontera es una reflexión sobre el pasado de dos pueblos que han estado en conflicto permanente, pero sobre todo es una mirada al futuro, pensando en una Europa que está buscando lazos de unión al mismo tiempo que traza nuevas fronteras, invisibles, entre ricos y pobres, norte y sur, mediterráneos y nórdicos, católicos y protestantes…Son las historias de siempre.

Tramo 1. Partimos de A Guarda

Iniciamos el viaje contemplando la amplia desembocadura del río Miño desde el Monte de Sta. Tecla, sobre uno de los castros mejor conservados de Galicia. Su emplazamiento estratégico explica que esta colina lleve habitada desde hace miles de años. Cada vez aparecen restos arqueológicos y grabados pétreos más antiguos. El castro que hoy vemos es del S.I a.e.c. Está formado por cabañas de piedra de tipo circular, algunas con un vestíbulo diáfano. Se supone que estaban techadas con estructuras vegetales en forma cónica, aunque no hay restos que lo atestigüen. Este es el mayor testimonio de las formas de vida antes de la llegada de los romanos. Rodeado por una muralla irregular da la impresión de una anarquía urbanística. Pero el espacio está relativamente organizado en “zonas familiares”, adaptadas al terreno, y recorrido por canales para la conducción de las aguas. Es un lugar fascinante para dejarse llevar por los estrechos pasadizos e imaginar a los viejos galaicos en sus tareas agrícolas, ganaderas y pesqueras. Era una sociedad bastante organizada y sin grandes diferencias sociales, según se puede constatar por el tipo de viviendas. Tras la romanización fue perdiendo importancia y sus pobladores se trasladaron al llano, a cultivar en las orillas del Miño.

Este lugar, dotado de mucho significado y trascendencia histórica, es el punto perfecto para iniciar el amplio recorrido por la frontera que nos llevará, después de 1200 kilómetros, hasta la desembocadura del río Guadiana, entre Ayamonte y Vila Real…, que cantaba Carlos Cano.

En la orilla de enfrente está Caminha, iniciando el pareado constante de villas y fortalezas a uno y a otro lado de la frontera. A cada ciudad en un lado le corresponde otra cercana enfrente. Así encontraremos Tuy y Valença do Minho, Verín y Chaves, Bragança y Puebla de Sanabria…Todas con sus castillos y fortificaciones correspondientes. Incluso las iglesias de la zona tienen carácter defensivo, muros robustos, torres almenadas con estrechos vanos en sus paredes. Además de ver castillos aquí y enfrente, en la retaguardia hemos dejado la enorme fortaleza de Bayona, que hoy es Parador Nacional y el Monasterio fortificado de Oia, que representaba el poder feudal en todo este territorio.

Algo habrá que hablar sobre lo que todos esperamos cuando llegamos a Galicia, su pulpo, sus almejas y otras “frutas del mar”…Pero, contemplando el río Miño, siempre recuerdo que esta es tierra de lampreas (una “culebra” del lodo) y siempre me quedo con las ganas de volver a probarlas. Hoy ya estoy más cerca de satisfacer el capricho. Más adelante ya seguiré con el tema.

En Tuy, sentados frente a la catedral, probamos el pulpo a la brasa en un día tórrido, que hay que agradecérselo más aún a quien está junto a la lumbre. Hablan de una judería en Tuy, pero, como ocurre en otros lugares, encontramos poco más que el recuerdo de las casas que fueron. Quedan señalizadas antiguas calles de los oficios de los gremios medievales y hay una voluntad de recuperar el pasado para ofrecérselo a los presentes. Viniendo de Castilla, de sufrir nuestro seco carácter, siempre nos llama la atención la amabilidad de otras gentes y sobre todo la ternura del acento gallego, tan entrañable para la brusquedad de nuestro acento castellano.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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