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La Rosi «nos dejó»

Alberto Escribano con Rosi Magdaleno.

Cuando se intenta solo se puede escuchar tu propia voz como un susurro cargado de melancolía que tiende a divagar por el sendero de las palabras perdidas. Como una reflexión en la que los argumentos pierden peso según pasa el tiempo y aflora la necesidad de dar por finalizada la conversación venidera que jamás se producirá o el despertar redentor con alguna noticia que aminore la pérdida.

La Rosi se fue. Una mujer de excepción. Su aportación a nuestra sociedad siempre superó los límites de lo sospechado, cuya imagen encarnaba la solidaridad como modo de vida frente a los modelos preestablecidos por un sistema amenazado por todo aquel ser humano con la capacidad de empatizar con los más humildes desde una posición de igualdad y afecto por quienes pertenecían al olvidado grupo de los excluidos por cuestiones de renta.

¿Por qué ellos no pueden comer jamón serrano?”. Me parece escucharla, cierro los ojos y la veo entrar a un supermercado a comprar un jamón serrano para echarlo al coche y llevárselo a quien ni siquiera puede permitirse doscientos gramos de jamón york. Así era ella, austera consigo misma pero de una generosidad sin límites para los demás.

Recuerdo la primera vez que mantuvimos una conversación después de casi un año comprando tabaco en su estanco. Nuestra amistad comenzó el día en que me vio entrando al estanco con una camiseta de Fidel Castro y una sonrisa iluminó su cara dibujando una limpia mirada que denotaba una alegría desbordante por el brillo de sus ojos. Entonces hablamos de Fidel, de Cuba, de España, del Partido Comunista…

Y así forjamos una amistad con más altos que bajos, pero tan intensos como su propia personalidad y el amor fraternal que sentía por los que la rodeaban. Ir al estanco era compartir un cigarro en la puerta, una buena conversación, las recomendaciones literarias y cinematográficas a las que nos llevase a la actualidad, una canción popular de cuando existía la canción popular, los berrinches por una nueva derrota de la izquierda en algún lugar del mundo…

Hablar con Rosi era un recorrido por la Cuéllar de los sesenta y setenta, de la alegría en las pequeñas cosas que pueden motivar enfrentarse mejor a las graves injusticias con un punto de optimismo y encarar la lucha con más energía. Era muy habladora, pero la encantaba escuchar a los jóvenes y compartir con ellos sus esperanzas en un futuro mejor.

Siempre que me visitaban camaradas de la juventud comunista teníamos una parada obligada en el estanco para que la conocieran y pudiera conocerles. La entusiasmaba la actitud enérgica que desprendíamos y el compromiso con nuestros ideales. Siempre creí que veía en la juventud combativa el reflejo de ella misma tiempo atrás, en unos años donde la militancia comunista era mucho más dura que ahora, volver al recuerdo la hacía sentirse una joven más del grupo y terminábamos cantando alguna canción contra los terratenientes que nosotros apenas conocíamos.

Luego llegó todo lo del Centro Solidario, precedido por el 15-M y el movimiento social articulado en nuestro entorno. Esta parte de la historia requiere un capítulo aparte, tanto por su memoria como por la realidad que vivimos en unos momentos en los que luchar por el mundo a contracorriente parecía lo más importante. Sobre la generosidad con que dotó de herramientas a un grupo de personas para la labor que nos propusimos afrontar no puede discutirse por su excepcionalidad y la propia implicación que tuvo en el desarrollo del proyecto durante el primer año.

Sin entrar en otro tipo de valoraciones, debo decir que aprendí mucho de ella en aquellos días y compartimos muchos momentos de tensión donde lo más fácil hubiera sido retirarme la confianza, que mantuve hasta su último aliento de una manera recíproca y desinteresada.

Desde un lugar de privilegio en mi memoria sentimental llegan como un torrente aquellas palabras que me dijo cuándo todo pareció desmoronarse: “Hasta aquí hemos llegado, camarada” . Y en los ojos tristes con que me miró aquella vez me gustaría poner un verso de Antonio Machado o Miguel Hernández para buscar en la profundidad de la herida el medio de recuperar el optimismo de una época en la que desafiábamos al capitalismo mundial, con un megáfono en la mano y un mundo nuevo en nuestros corazones.

Podríamos decir que hoy, el mundo es un poco peor sin ella. Dedicar largas jornadas a la pena y al imaginario de las conversaciones que nos faltaron. Llorar por la amarga suerte que corrió durante los últimos años. Maldecir una y otra vez, esta o aquella discusión. Para mi Rosi es muchas cosas y en su partida, deja en mí el desasosiego de saber que ya no está y el recuerdo de un ser humano extraordinario que jamás me abandonará.

Opinión: Alberto Escribano Martínez

Autor: Opinion

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