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Mis maravillas de la naturaleza (2): La selva de Corcovado. Costa Rica

La selva se extiende hasta las playas del Pacífico.

La selva se extiende hasta las playas del Pacífico.

Enseguida reconocemos Costa Rica como el país que tiene más suelo de Parques Nacionales en relación a su extensión. Entre todas las zonas protegidas destaca el Parque Nacional de Corcovado. Se encuentra al sur, en la península de Osa, mirando al Pacífico, cerca de la frontera con Panamá. Está alejado de las rutas más turísticas. Solo llegan hasta allí los que quieren sumergirse en la naturaleza más salvaje.

En Corcovado hay que andar. Son jornadas de duro esfuerzo caminando por la playa o por el interior de la selva, siempre cargando con las provisiones para los días que permanezcamos allí. En el centro del Parque está La Serena, el único lugar para alojarse. Las plazas son muy limitadas y hay que reservar con tiempo, sobre todo si es temporada alta. Los accesos están bastante controlados y desde hace dos años ya es obligatorio acceder al Parque con un guía autorizado.

En la selva de Corcovado hay que andar.

En la selva de Corcovado hay que andar.

Pronto entendemos todas estas restricciones. Aquella mañana empezamos a las cinco caminando por una playa solitaria, azotada por las olas del Pacífico y sin ver el final en la línea del horizonte. Sorprendemos a una tortuga verde retrasada, terminando desovar. Es el aperitivo de unos días de constantes encuentros con una naturaleza poco común. Para National Geographic, Corcovado es el lugar del planeta con mayor biodiversidad en relación a su espacio. Lo llaman la pequeña Amazonía.

Es el lugar con mayor biodiversidad del planeta.

Es el lugar con mayor biodiversidad del planeta.

Cuando estamos cansados de pisar arena, seguimos la ruta por el interior de la selva, en medio de todo tipo de ruidos y sonidos, siempre con el murmullo de fondo del Pacífico. Nos cuesta todo el día llegar hasta la Serena. Desde allí, luego haremos diferentes rutas, más cortas, para conocer otros rincones del Parque. Ya estamos en medio del bosque primario, el que nunca ha sido tocado por la mano del hombre. Hasta aquí hemos atravesado un bosque secundario, donde hubo diversos asentamientos de buscadores de oro hasta 1975. Los únicos restos de aquellos años que encontramos fueron un muro del bar (el único edificio de ladrillo) y un pequeño cementerio… son los dos lugares ineludibles en esta vida. Los mineros fueron desalojados y la zona se convirtió en Parque Nacional. Aún es posible ver a algunos buscadores con sus bateas por los alrededores, en situación semiilegal. Dicen que todavía queda bastante oro, por los diferentes ríos y zonas aluviales.

Al final de la ruta se llega hasta las playas del Pacífico.

Al final de la ruta se llega hasta las playas del Pacífico.

Ulises, nuestro guía y auténtico protector de urbanitas, nació aquí en La Serena, descendiente de buscadores de oro. Conoce cada sendero, cada ruido, cada olor y cada rastro. A cada paso reconocemos la importancia y la seguridad de un buen guía. Hoy somos nosotros los buscadores de tesoros por estas zonas inmaculadas del planeta. Su verdadera riqueza es la variedad de animales que vemos y que no vemos, por los senderos a veces impenetrables de estos bosques tan diferentes a todo lo conocido. A la entrada del Parque nos previenen ante la presencia de pumas o jaguares y los posibles comportamientos en caso de un encuentro. Más tarde, llegamos a tener localizado un puma, por las huellas frescas, pero sin llegar a avistarlo. Se nos cruzaron varias familias de simpáticos coatíes, zaínos (primos del jabalí), algún oso hormiguero, un tapir, ranas, culebras, hormigas portadoras de hojas… Desde los árboles nos saludaron los monos araña, los aulladores y los vistosos capuchinos, pero el perezoso se hizo el sueco. De aves poco puedo decir, hay cientos de especies, guacamayos preciosos… pero no llevábamos prismáticos y estábamos menos interesados en el tema. Dicen que otros han visto al emblemático quetzal y a la escasa águila arpía.

Cada día el agotamiento físico era total, pero la satisfacción de encontrarnos en una naturaleza tan primigenia lo compensaba todo. Para devolvernos a la vida Ulises nos preparaba una cena mientras nosotros recomponíamos nuestros cuerpos, abatidos pero satisfechos. Luego asistíamos a la puesta de sol sobre el Pacífico, como un ritual religioso para despedir un día de goces naturales. Sin embargo ningún paraíso es perfecto… no había posibilidad de una cerveza, porque está prohibido el alcohol en todo el parque.

 

 

 

Autor: Jesús Eloy García Polo

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