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Nómadas por Australia (8): en el corazón del bosque

Un día en el corazón del bosque

Recogemos la nueva furgoneta. Es más pequeña que la que tuvimos en el Centro Rojo pero tiene buena pinta. Volvemos a la carretera después de unos días muy tranquilos en Cairns, recibidos y tratados como parte de la familia.

Nuestra primera tarea es visitar un supermercado y proveernos para que en los próximos días podamos sobrevivir con buenas cenas y desayunos en la furgo. Compramos un poco de todo, en especial platos ya preparados o semicocinados. La fruta es cara y la verdura bastante más. Nos han comentado que ha sido un año de inundaciones y se han perdido bastantes cosechas. No es normal que los tomates estén a nueve euros. El cuerpo puede sobrevivir a unos días de comidas un poco guarrindongas. No falta carne para hacer a la plancha o pescado del lugar, la famosa barramundi. Es un pescado de sabor muy fino que puede hacerse de cualquier manera.

Después visitamos la tienda de los alcoholes. En el estado de Queensland no se puede vender alcohol en los supermercados, ni en las tiendas normales. Solo se encuentra en tiendas especiales dedicadas al tema y muy bien abastecidas. Nos proveemos de vinos, cervezas y unas latas de nuestro mix bourbon-cola. Los precios no son tan altos como pensábamos. No es el precio de España, donde disfrutamos todavía de los precios más bajos del mundo mundial, pero son pequeños lujos que nos ayudan a seguir disfrutando de los buenos ratos viajeros. 

Salimos hacia Herberton. Es un pueblecito que está en la región de las Tablelands, una zona de meseta, a unos 700 metros de latitud,  que se ha convertido en una de las áreas de cultivos más importantes de Australia. Aquí se cultiva de todo, desde café hasta lechugas, pasando por todo tipo de verduras y una gran variedad de frutas, tropicales y también de climas templados. Son suelos volcánicos muy fértiles en una franja del trópico. Gozan de un clima húmedo y templado que favorece los cultivos. Es una tierra de granjeros y agricultores. Hay por aquí algunos españoles que emigraron a Australia en los años cincuenta y sesenta del pasado siglo cuando abrieron las puertas a la emigración por la necesidad de mano de obra en muchos campos.

Para nosotros es un paisaje muy relajante. Todo está verde, como si fuera una Asturias llana e inmensa. Viajamos relajados hasta llegar a Herberton, donde nos encontramos con Mecky, una amiga que ha visitado España y también Cuéllar varias veces. Le encanta nuestro país y tiene la casa llena de fotos, cuadros y recuerdos. No falta una sevillana en el frigorífico. Enseguida nos encaminamos hacia el “refugio de Rod”, su marido, una casa en medio del bosque que han ido levantando poco a poco en los últimos 35 años. Todo lo han hecho ellos. Es una historia muy normal para los australianos el construirse sus propias casas. El tópico, que suele ser cierto, es que los australianos, saben hacer de todo. Pueden ser carpinteros, electricistas, mecánicos, albañiles, fontaneros…todo en uno. Y no le dan importancia. Así han sido levantadas muchas casas. Pero el refugio de Rod es muy especial. Está lejos de todo, sencillo pero con las comodidades necesarias. Encontramos un montón de aparatos, muebles y cachivaches reciclados. Domina la estancia una gran cocina inglesa de leña, tipo bilbaína, diríamos nosotros, que llena toda la casa de un calor humano y muy necesario en estas alturas. Es muy agradecido aunque estemos en los trópicos. Las noches continúan siendo bastante frías.  Rod siempre cocina en su refugio. Hace un pollo al horno en la cocina bilbaína, uhmmmm, increíblemente bueno. Nunca hemos probado un pollo así. 

El ambiente es muy relajado. Disfrutamos de una velada larga y agradable, como si nos viéramos cada poco tiempo. Los castellanos, aunque un poco secos, somos gente que enseguida abrimos las puertas de nuestra casa y la vida nos recompensa con encuentros como éste, donde parece que están abiertas las puertas del mundo entero. Otro día volverán por Cuéllar y seguiremos disfrutando de los abrazos de la amistad.

Al día siguiente nos llevan en el 4X4 a hacer un recorrido por lo más salvaje de esta zona, donde apenas llega nadie. Viajamos muchos kilómetros en completa soledad. Cuando nos cruzamos con otro coche nos parece que hay demasiada gente.  Es un área de antiguas minas de estaño y de cobre sobre todo. Vamos por la pista conocida como  Misery Road. Extraño nombre que a buen seguro esconde alguna historia.  Rod conoce bien la zona porque es geólogo y ha trabajado mucho tiempo en diferentes minas. Subimos, bajamos, vadeamos corrientes, oteamos horizontes…Es un paisaje increíble. Encontramos refugios de otros personajes, escondidos en medio de este “bush” (bosque), que tan bien caracteriza muchos de los paisajes australianos. Vemos  algunas casas aisladas e incluso una Escuela, con la casa del maestro al lado, que se mantiene abierta con siete niños, procedentes de diferentes fincas de ganado. 

Pasamos por “El refugio de Brian”, un extraño almacén, casa, museo, repleto de herramientas, coches o maquinaria antigua, expuestos buenamente en la calle. Nos parece algo muy extraño, pero aquí estas cosas las consideran normales. Recuerdo años atrás, en un recorrido parecido a éste, cuando encontramos en  medio del bosque un viejo y antiguo edificio-museo con el rótulo de “Pub espanol”. Era el único edificio que quedaba de un antiguo pueblo minero…que se llamaba Almadén. La razón es que hasta aquí llegaba el mercurio de las minas de Almadén que utilizaban para conseguir el oro. Aquel pub-museo en medio de la nada también rompió todos mis esquemas y me dio una gran lección de historia.

Vemos presas y lagos, resquicios de antiguas minas. Siempre vamos por pistas, a veces muy machacadas por las lluvias. Ahora entendemos por qué la mayoría de los coches son todoterreno. Es un bosque con muchas variedades de eucaliptos, especie dominante en toda Australia. Aquí forman un bosque bastante denso con elevados ejemplares. Llegamos a 1200 m de altitud. Contemplamos un paisaje de montañas salvajes, desconocidas para el resto del mundo. La calidad de las pistas varía mucho pero vamos seguros y, como buenos turistas, paramos a ver los grandes termiteros, los árboles raros, las flores de increíble belleza que encontramos. Es un lujo de recorrido. Todas las plantas son extrañas para nosotros, incluso las hierbas que nacen al lado del camino. Rod nos muestra algunas que son endemismos de esta zona. Conocemos el grass tree, el árbol de hierba, muy llamativo para nosotros. 

A veces en el medio del bosque aparece algún antiguo cementerio, único recuerdo de viejos pueblos mineros desaparecidos. Están envueltos en la melancolía que les concede el tiempo, que ha visto pasar tantas alegrías y glorias perentorias. Guarda cierta ironía que solo queden los cementerios de aquellos tiempos de la búsqueda de oro y riquezas.

 Son tan intensas las emociones que nos olvidamos de comer y volvemos al refugio de Rod a las seis de la tarde. En realidad no ejercen de buenos australianos, porque deberían salir siempre preparados para hacer picnic  en cualquier lado, siempre con su gran “esquí” (nevera portátil) en el maletero.

Después de pasarse todo el día conduciendo Rod se pone a cocinar una larga receta de pasta italiana que nos hace repensar las ideas que tenemos sobre los platos de pasta en España. Otra velada al calor de la cocina bilbaína. Nos prometemos nuevas visitas tanto a este lado del mundo como al otro.  Nosotros nos quedamos en la furgo. Hace frio, aunque no tanto como en Alice Springs. Estamos a 800 m altitud. Nos acordamos del verano en España. Ahora sabemos que están pasando la tercera ola de calor del verano.

Volvemos a despertarnos en medio del bush. Es una sensación para la que no encuentro palabras. Estamos lejos de todo pero en paz con el mundo y con nosotros mismos, nómadas modernos, disfrutando de un lugar donde no hace falta la tarjeta de crédito ni tampoco el movil. Seguimos sin ver canguros, incluso en esta zona donde dicen que vienen a saludar muchos días. Nos levantamos con tranquilidad para ir colocando el mundo en su sitio, las montañas, las nubes,  los ríos, las calles, las aceras, las oficinas… Aquí comienza el día y hay que preocuparse de que el resto del mundo lo encuentre todo en orden cuando se despierte. ¡Buenos días mundo!

Autor: Jesús Eloy García Polo

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