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Nueva Zelanda (6): Queenstown, la ciudad de las locuras

Jesús Eloy García en la ciudad de Queenstown.

Hace ya años que esta ciudad marca el camino de los deportes de aventura. Todo debió de comenzar cuando allá por los 80 del pasado siglo, se le ocurrió a un loco visionario organizar los primeros saltos de lo que en español llamamos puenting sobre un enorme y precioso puente del río cercano. Imitaba lo que algunos pueblos polinesios venían haciendo desde hace siglos. Desde entonces hasta hoy han surgido todo tipo de formas locas de soltar adrenalina y de jugarse el tipo. Desde aquí se fue extendiendo la moda por Nueva Zelanda y por el resto del mundo.

Hoy continúan inventando nuevas modalidades de partirse la crisma. En las agencias se hace publicidad de mil actividades distintas, canoas, rafting en aguas bravas, hydrospeed, saltos en paracaídas, helicópteros que suben al pagano a cualquier pico para que descienda en esquí libre, saltos a modo de tirachinas que sueltan una cabina con gente a dar vueltas por el aire, esferas de plástico transparente que ruedan por laderas con unos infelices dentro…

Ahora que es verano y está cerrada la estación de esquí utilizan los remontes para que la gente haga descensos salvajes en bici de montaña, en trineos de ciudad o en un tipo de coches de choque. En fin, la adrenalina es el combustible de esta ciudad, convirtiéndose en paradigma de lo que va ocurriendo por el mundo.

Quizás la vida en Nueva Zelanda es tan tranquila, tan bien organizada, segura y tan políticamente correcta que la gente se aburre mucho y necesita sensaciones fuertes para experimentar que siguen vivos y disfrutar de lo que la monotonía de cada día no les ofrece. Ya hace tiempo que salió de aquí el primer hombre que subió el Everest.

El entorno de Queeenstown ofrece estos paisajes.

Como animal que ha evolucionado en la supervivencia el homo sapiens produce constantemente adrenalina para hacer frente a las situaciones duras en el ataque, la caza o la lucha contra los elementos. Todo eso ha desaparecido en nuestra vida confortable del siglo XXI. Sin embargo nuestro cuerpo sigue produciendo adrenalina y sigue necesitando cada día momentos de tensión, de emociones fuertes y de desafíos a nuestra fuerza e inteligencia para sentirse fuerte, activo y poderoso.

Es particularmente evidente esta situación entre los jóvenes. En todas las culturas siempre ha habido unos rituales de paso para convertir a los jóvenes en adultos. Eran pruebas de fuerza, de audacia, de astucia e inteligencia para demostrar todo lo que valían y lo que se podía esperar de ellos. Esos rituales se han mantenido casi hasta nuestros tiempos en forma de diferentes juegos y actividades de tipo lúdico o folclórico.

Ahora los jóvenes siguen queriendo demostrar que son valientes, fuertes, atrevidos, que están preparados… y no hay mejor forma de hacerlo que lanzándose a las nuevas aventuras que la sociedad les ofrece. Por eso demuestran su valor asomándose al vacío, escalando en hielo o en paredes únicas, tirándose desde cualquier sitio, surfeando las olas como se debería surfear la vida. Siempre es mejor probar eso que hacer locuras con una moto, conducir un coche a tope o tentar la suerte de las drogas paradisíacas.

El lejano oeste de Nueva Zelanda.

Por todas estas cosas Nueva Zelanda es todo un paradigma de esta sociedad nuestra tranquila, sin emociones y sin desafíos. Por eso estas actividades de adrenalina se van extendiendo en edad, porque todos necesitamos vivir emociones fuertes de vez en cuando para disfrutar con nuestro corazón que late y para saber que podemos hacer algo más que acudir eficientemente al trabajo cada mañana. Por todas esas cosas somo aún homo sapiens, no por manejar un Iphone muy inteligente.

Más allá de estos pensamientos seguimos disfrutando de la amabilidad de la gente. Como rudos castellanos no estamos acostumbrados a que se interesen por nuestras vidas, a que una camarera nos pregunte qué tal lo pasamos aquí y qué planes tenemos para esa tarde. Siempre nos preguntan de dónde somos y otras cosas sobre nuestro país. Ya hemos tenido que explicar varias veces el problema de Cataluña, incluso a un vendedor de cervezas que se mostraba seriamente interesado y preocupado por el tema. Muchos neozelandeses han viajado por Europa y ninguno deja de visitar Barcelona, que representa la ciudad europea más cercana, al tiempo que la más sugerente por su marcha y vida callejera.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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