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Por el camino del Cid (8): Por tierras de Medinaceli

  • Montuenga de Soria

Al fondo aparece Medinaceli, amenazadora en lo alto de una loma. Era una plaza musulmana en tiempos del Cid. Parece una gran población pero cuando empiezo a pasear sus calles me llevo una gran sorpresa. Está ya muy anochecido. No hay nada de luz, ni pública, ni privada. Recorro calles vacías y negras, casas cerradas a cal y canto…no hay nadie. Por fin veo luz en una casa, dos mujeres de edad en torno a una estufa me dicen que pronto darán la luz, que apenas hay cien habitantes y que el martes cierran los tres bares que hay… Ya más tranquilo sigo por las calles, sin poder reflejar fielmente en las fotos el aspecto tan espectral de la medieval Medinaceli, sumergiéndose en la noche castellana.

Todo es pasado aquí. Parece que lo único real y presente son las dos tajadas de la olla y los dos torreznos que me ofrecen para cenar. ¡Nunca peor! Un abuelo de 92 años me alegra la cena comentándome que en Medinaceli hubo Juzgados, tres conventos de monjas y frailes, varias parroquias, 8 parejas de guardias civiles y tiendas de todo tipo…Él salía para Barcelona al día siguiente, donde viven sus hijos.

Con el sol de la mañana voy visitando el arco romano, castillo medieval, palacio, colegiata… y sobre todo plaza mayor, inmensa y vacía. Casi todo lo mejor de la historia de España lo veo concentrado en lo alto de essta loma, desde las piedras romanas a los torreznos de Soria.

Cuentan las leyendas que en Medinaceli murió Almanzor y con él permanecen escondidos por aquí también sus grandes tesoros. Aunque parece que hoy ni siquiera el oro detendría la despoblación. Medinaceli está en la confluencia de dos autovías, contradiciendo que la mala comunicación sea la causa principal del abandono de las tierras. Son muchas las causas que se suman y no solo económicas. El menosprecio a lo rural, como atrasado, ignorante y paleto todavía habita en nuestro inconsciente, desde las películas de Alfredo Landa, como ha señalado Sergio del Molino en La España vacía.

A partir de aquí el Camino sigue el valle del río Jalón por Lodares, Jubera, Somaén…hasta Arcos de Jalón. Todos con castillos más o menos ruinosos que nos cuentan un pasado muy disputado y belicoso en toda esta zona. Era la frontera de dos reinos cristianos, Castilla y Aragón, y de dos musulmanes, Toledo y Zaragoza. Todos podían ser enemigos. Los castillos y sus gentes cambiaban de dueños con frecuencia hasta el siglo XIV.

Hoy contemplamos los castillos mudos y es difícil de imaginar el poder que representaban en los siglos medievales. Un castillo era la cumbre de la tecnología militar. Suponía un gran esfuerzo y una gran inversión. Pero al igual que ocurre ahora, con nuestros inventos para matar, quien dominaba el castillo dominaba toda la zona, sus riquezas, sus gentes y sus impuestos. Así ha sido la historia, desde la primera espada de cobre hasta los misiles de última generación. Quien domina la tecnología militar domina el mundo.

En el límite con Aragón se encuentra el Monasterio cisterciense de Sta. María de Huerta. Parece la despedida de una Castilla románica y austera. “Llegas en mal momento”, me dice el fraile que recibe. Hace diez días una riada cubrió todas las dependencias con un metro de agua y lodo. Lo más visitable está ya bastante limpio, aunque hay trabajadores por todas partes. Este monasterio fue protegido por los reinos cristianos por situarse en una zona complicada.

Se fue ampliando siglo tras siglo, hasta que le llegó el abandono tras la Desamortización de Mendizábal, como a tantos otros. Volvieron los monjes en 1930 y desde entonces mantienen y restauran uno de los monasterios cistercienses que más merecen ser visitados. La iglesia transmite la austeridad del Císter, pero el Refectorio (comedor), famoso por su escalera para el lector, es de una grandiosidad y belleza sin igual en la vida monástica. Elaboran vino y cerveza, que con las etiquetas maltrechas tras la riada, lo venden a mitad de precio. Es un buen recuerdo para llevar. Como dice alguna amiga, son recuerdos a los que no hay que limpiar el polvo.

A la entrada en Aragón me saluda un castro celtíbero en lo alto de una loma. Desde ahí controlaban todo el paso hacia el valle del Jalón. Ya entonces cumplía la misma función los castillos medievales. Luego llego hasta Monreal de Ariza donde me espera un conjunto espectacular en lo alto del páramo: iglesia, castillo y murallas. Están en plena restauración y a pesar de los andamios, transmite su poderío, tal como lo haría en los siglos medievales. Cuando me acerco me quedo dudando si es fortaleza mora o cristiana porque, entre los albañiles, oigo hablar más árabe que cristiano. Tienen mucha tarea.

Entre Cetina y Ariza durmieron las huestes del Cid. Ya estaban en tierras enemigas y dormirían mas intranquilos que yo, A partir de aquí siguió el valle del rio Jalón que hoy es una fértil vega, convertida en el gran frutero de Aragón. El paisaje cambia. Arriba los páramos calcáreos que me recuerdan mi tierra. Abajo huertas, frutas y… gente trabajando. Hay pueblos más grandes, hay población, aunque en la radio oigo diferentes programas sobre el problema de la despoblación. Los más agudos analizan que es fundamental ofrecer empleo a las mujeres, porque con ellas permanecerán todos los demás.

El Camino continúa por Ariza que mantiene su judería, el recuerdo de la mezquita y el entresijo de calles estrechas que resumen su historia. La torre ya es aragonesa y mudéjar. En muchos casos aprovechaban el minarete de la Mezquita o lo recrecían y embellecían. En poco tiempo cambia el paisaje y la fisonomía de los pueblos.

Cetina tiene un castillo-palacio que llama la atención, Está hecho un desastre, sin restaurar, pero tiene una pinta extraña, como perdido en el tiempo. Me cuentan que aquí se casó Quevedo con una noble lugareña y que luego se marchó enseguida.

Aquí cerca se está excavando lo que fue el Castillo de Alcocer de amplio renombre cidiano. Tras un infructuoso asedio El Cid se lo conquistó a los moros con una hábil estratagema. Luego tuvo que defenderlo contra todo un ejército enviado desde Valencia. Fue la primera gran victoria. Desde entonces su fama se extendió y todos los pueblos y fortalezas le pagaban tributos.

Por todas esas tierras la noticia va llegando

De que el Campeador Mío Cid allí había acampado

Los de Alcocer a Mio Cid tributo pagan

Y los de Ateca y los de Terrer , la casa.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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