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Por la raya de Portugal (3): Tierra de Alvarinhos, de Moncao a Lindoso

  • Lindoso

Estamos en la tierra del alvarinho portugués. Visitamos el Centro Cultural dedicado al vino, con cata y compra incluida porque los precios son más interesantes que al otro lado de la frontera. Nos tratan con mimo porque somos de los pocos turistas que se acercan hasta aquí.

Como nos ocurrió con Monçao, nos sorprende lo bien cuidada que vemos esta villa histórica. La belleza de calles y casas contribuyen a hacer más suaves las empinadas cuestas que nos llevan hasta el castillo. Son una lección de historia, sencilla y muda. Una gran torre, dispuesta en el centro de un amplio patio fortificado, es la mejor lección sobre el mundo feudal.

El acceso a la torre solía abrirse en la primera planta, para poder quitar la rampa en caso de asedio y dejar infranqueable la torre. Aquí vivía el señor con sus fieles guerreros y aquí venían a refugiarse los aldeanos en caso de guerras, ataques o escaramuzas. En este castillo de Melgaço parece que todavía se ve a los vigías sobre las almenas y se adivina el trajín de gentes por el patio y por las callejuelas que lo circundan.

Apenas se han conservado en nuestros reinos este tipo de castillos-torre. Se han perdido, han sucumbido al paso del tiempo o se han ampliado y reacondicionado para adaptarse a las comodidades renacentistas y barrocas.

Paseando sobre el granito de las calles leo en la cartelería de “Adega Sabino” que hay lamprea… en enero, febrero, marzo y abril. En amena conversación nos explican cómo va el tema y, como suele ocurrir, nos prometemos volver para entonces, no solo por las lampreas sino para completar el recorrido por estas tierras tan ricas en sorpresas de naturaleza y de hábitats.

Por Lamas do Mouro entramos en el Parque Nacional de Pereda-Gerês, el único de Portugal. Una auténtica joya de montes y bosques perdidos en estos lugares de los que nadie habla. Hoy se está dando a conocer como buen lugar para deportes de aventura, cañones, escalada, barranquismo, rafting…

Es la llamada a la nueva generación de amantes de la naturaleza. Además de este escaparate de atracciones, sus mayores valores están basados en la gran biodiversidad que cobija el Parque, donde sobresalen sus bosques de robles que dominan los espacios más amplios. Pero también encontramos gran cantidad de cedros del Himalaya y otras especies exóticas, gracias a un rico vivero que se ha mantenido desde hace décadas. Encontramos caballos, ovejas…

Hay un área que es Reserva de la Biosfera y otras lugares con gran interés por su pasado glaciar. No hemos podido hacer una gran ruta arqueológica visitando decenas de monumentos megalíticos y grabados rupestres. El calor no lo permitía. Queda pendiente para la próxima visita, porque se adivina muy interesante.

Las aldeas están repartidas por todo el Parque. Hay diferentes tipos de poblamiento. Las llamadas Lamas eran los lugares donde la población se trasladaba en verano con el ganado para aprovechar los pastos de altura. Más abajo estaban las aldeas, como Castro Laboreiro que nos ha decepcionado un poco. Nos lo anunciaban como una maravilla, pero quedan muchas paredes por sujetar y muchas piedras por colocar. Sin embargo mantiene población, restaurantes, Centro de Interpretación y… un futuro abierto, porque vemos que Portugal se esfuerza con buena mano por recuperar todas estas aldeas, llamadas históricas. Constantemente oímos muchos ladridos de perros y nos comentan con orgullo que aquí se cría una raza especial de perro “el cao de castro laboreiro”, que son especialistas en la conducción del ganado.

Vamos haciendo kilómetros a lo largo del Parque pero la belleza de los paisajes nos obliga a detenernos constantemente. Las aldeas se desparraman por todos los sitios. Visitamos el Santuario de Ntra. Sra. de Peneda que es el gran centro religioso de toda la zona. Nos anuncian cascadas impresionantes pero adivinamos que no es la mejor época para ver los cursos de agua.

Nos dejamos llevar y en una curva de la carretera, en el pueblo de Soajo descubrimos un buen número de “espigueiros” (hórreos) todos apiñados , sobre un bloque granítico, un penedo en gallego y portugués, que les confiere un aspecto impresionante, con el sol de la tarde. Existen muchas costumbres comunales, en contraposición al típico aislamiento individualista de la tierra gallega. Luego veremos hornos comunales para todo el pueblo. También se conservan en algunos lugares construcciones-trampa para atrapar lobos. No hay que olvidar que estamos en la zona donde mejor ha sobrevivido el lobo ibérico.

Entre paisajes que no imaginábamos llegamos hasta el pueblo de Lindoso, de nuevo en el límite con Galicia (Orense). Nos acercamos a sus murallas y su castillo. Fue reforzado con baluartes en el siglo XVII porque se mantuvo muy activo en las llamadas Guerras de la Restauración portuguesa, cuando consiguió separarse definitivamente de la España de los Austrias en el S. XVII. Al lado volvemos a encontrar otro grupo de espigueiros, todos apiñados en la loma del castillo. Si antes contamos hasta 24, ahora encontramos varias decenas. Fueron construidos a lo largo de los siglos XVII y XVIII y se conservan perfectamente. Están muy decorados y rematados por cruces, recuperando los símbolos mágicos para mantener lejos los malos espíritus.

Ante la panorámica de estas bellas construcciones utilitarias del pasado… ¿qué hacemos hoy en su lugar? Estos espigueiros son simples “naves” para almacenar el grano en el siglo XVII. Hoy levantamos edificios funcionales, lisos y baratos, pero horrorosos. Comparando estas construcciones con nuestros silos franquistas o los actuales almacenes de grano, podemos sacar conclusiones sobre lo que llamamos progreso.

En esta zona no encontramos campings cercanos y, siguiendo el embalse de Lindoso, pasamos la frontera hasta asentarnos en la ribera del siguiente embalse de Las Conchas, también en el río Limia, ya en Orense. Playas, gentes, ruidos, músicas de gaitas y panderetas nos recolocan y nos hacen saber que estamos a este lado de La Raya.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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