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Senderos de Otoño: Selva de Irati

Irati es el bosque de hayas de referencia en el sur de Europa. Es el mayor hayedo-abetal del continente, después de la Selva Negra alemana. Son 17.ooo hectáreas de arbolado que se extienden por el Pirineo navarro y que continúan por el país vecino. La maravilla de este bosque reside en que ha sido muy explotado desde antiguo y todavía hoy lo podemos disfrutar casi “intacto”. Es el ejemplo perfecto de bosque sostenible, un concepto tan de moda hoy y que ya los navarros lo habían descubierto en el siglo XV. De estos abetos han salido cientos de mástiles para naos, carabelas, galeones, bajeles, navíos y embarcaciones de cualquier tiempo histórico. Las hayas han entregado su madera para crujías de barcos y de casonas, para muebles y sobre todo para las carboneras que preparaban el combustible para calentar estos rincones pirenaicos. Después de siglos de tantos usos del bosque todavía se mantienen algunas zonas de reserva integral, como Lizardoia, que no han sido tocadas nunca por la mano del hombre.

Por la mayor parte de los senderos que recorremos vemos un bosque cuidado y ordenado, con una explotación controlada. Como ocurre en este tipo de lugares, que han pasado a ser portada de revistas de naturaleza, el mayor peligro lo constituimos quienes nos acercamos por aquí con mentalidad de simple turista, para ver, conocer, fotografiar…y consumir naturaleza. Es triste, pero es así. Necesitamos nuestra dosis de naturaleza y aquí la encontramos sin grandes sobreesfuerzos. En otoño descubrimos los senderos llenos de gente, pero también llenos de respeto y cuidado. Somos muchos, pero no dejamos ni residuos, ni señales de nuestro paso. Algo vamos aprendiendo.

Hay bastantes caminos señalizados para recorrer Irati. El más conocido es el que lleva hasta el embalse de Irabia y hasta la presa. Es largo aunque sin grandes desniveles y ofrece lo mejor del bosque. Hay otros para acceder a los lugares altos, a los picos, a las bordas de los pastores y hasta los ”cromlechs” de Illarrita, que guardan las esencias de la cultura de los primeros habitantes de estas montañas, siempre llenas de leyendas de reinas, brujas y lamias.

Pasear por estos grandes bosques en otoño es una medicina para el alma, también para el cuerpo, por supuesto. No venimos a buscar records ni marcas personales. Volvemos a la madre naturaleza como quien vuelve a casa. Nos sentimos acogidos, entendemos mejor desde aquí los sinsabores de la vida y encontramos consuelo. Disfrutamos pisando hojas y oyendo el río. Solo aquí comprendemos que nosotros, por mucho Homo sapiens que seamos, no somos más que estas hojas y estas aguas. Toda la filosofía del mundo se encierra en este paseo. Todos los filósofos tratan de explicarnos que no somos más que simples hojas que lucimos en lo alto, vemos pasar los días de sol, los disfrutamos y cuando llega el otoño nos vamos, sin más pesares ni filosofías profundas. Los que no se conforman con estas sencillas explicaciones y necesitan mayores consuelos tuvieron que inventarse las teologías, para que unos dioses nos explicaran qué hacemos aquí. En fin, en la naturaleza está todo escrito. ¿Para qué más? Solo hay que pasear y escuchar.

Hay dos puntos de acceso a la Selva de Irati. Desde Orbaizeta por el oeste y desde Ochagavía, en el valle de Salazar, por el este, que es el acceso más común. Es éste un pueblo encantado y encantador, típico del Pirineo, con sus casonas cuidadas, sus calles empedradas y su río partiendo en dos la población. En estos lugares nació hace más de treinta años el turismo rural. Por aquí surgieron entonces las primeras “casas rurales”, que luego se han extendido por toda España. Un gran “invento” para acceder a lugares apartados con alojamiento asegurado, en casas tradicionales y en condiciones más que dignas. Por otro lado, es una ayuda más para mantener la economía del mundo rural. Cada vez quedamos menos gente viviendo en los pueblos. Cada vez vemos más pueblos y más montes perdidos o dejados de la mano del hombre. Los urbanitas se quejan de nuestra dejadez cuando vienen a consumir su dosis de naturaleza. Pero si queremos que la naturaleza se mantenga viva y cuidada necesitamos que haya gente que habite más allá del último bloque de hormigón. El turismo rural, alternativo, agrario, responsable, ecológico…o como queramos llamarlo, es un buen camino.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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