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Senderos de Otoño: Tejos milenarios en Tosande

El otoño es el tiempo más agradecido para andar por la naturaleza. A lo largo del año todo va cambiando poco a poco, pero en otoño llega una explosión de color y de vida. Los bosques, los ríos y los senderos, como fuegos artificiales, ofrecen todo su colorido antes de dormir el letargo invernal. Por esto es la mejor época para echarse al monte y disfrutar. La naturaleza guarda secretos y objetivos para todos. Para los estudiosos, para los seteros, para los deportistas normales, para los deportistas locos, para los paseantes, para los melancólicos, para los que saben que es más barato un paseo otoñal que un psicólogo … y para los que disfrutan de la fotografía, por supuesto.

La Tejeda de Tosande es el primer recorrido de estos Senderos de Otoño. Hasta allí nos fuimos los amigos de El Buen Rollo, que nos tomamos la fotografía como excusa para perdernos por los rincones más interesantes. Encontramos esta senda al norte de Palencia, donde los campos de cereal empiezan a dejar paso a las montañas cántabras. Está en el Parque Natural de Fuentes Carrionas que se extiende por esta zona de la provincia. Un poco más allá, vigilando los grandes pantanos de la conocida ruta se levantan las elegantes cumbres del Espigüete y el Curavacas que cada invierno dan algún susto serio a montañeros desprevenidos.

El valle de Tosande es pequeño pero rico y muy variado en sus ecosistemas. En las faldas soleadas encontramos especies mediterráneas como las encinas, robles y hasta enebros en las zonas más altas. Vemos espinos, serbales, endrinos…Las laderas de la umbría están ocupadas por un bosque atlántico de hayas, por donde discurre la senda que nos lleva hasta nuestro objetivo. Los tejos crecen entre los 1000 metros y los 1500 de altitud. Aquí hay catalogados hasta 743 ejemplares. Los más viejos pasan de los mil años. Gran parte de los tejos son varias veces centenarios. Por su número es el bosque de este tipo más valioso de Europa.

Participantes en la ruta.

Participantes en la ruta.

Hicimos la senda en una mañana de lluvia y niebla. Era molesto, es verdad, pero el ambiente que tenía el bosque de hayas y tejos difuminados por la niebla era el mejor regalo que nos hizo la naturaleza. En esa atmósfera de humedad, sombras, silencios y figuras difusas es fácil entender cómo surgen las leyendas, los cuentos de hadas y los míticos espíritus del bosque. Un botánico verá una gran riqueza ecológica pero un druida verá la manifestación y las voces de los espíritus reclamados. También es fácil entender porqué el tejo es un árbol envuelto en leyendas y mitologías. Por su longevidad es el árbol de la vida, por excelencia. Sus ramas se utilizaban en diferentes rituales y eran las que se repartían en la procesión del Domingo de Ramos. Pero también es un árbol de muerte, por la gran toxicidad de sus frutos, hojas y raíces. Se cuenta que con sus frutos se daban muerte los guerreros cántabros antes de rendirse a los romanos. La misma decisión tomaban los que se consideraban demasiado viejos para luchar.

Aunque los tejos ocupan una pronunciada pendiente el recorrido se hace sin demasiada dificultad porque se camina con tranquilidad para contemplar sin prisa estos mudos testigos de los siglos pasados. Es difícil imaginarse que estos tejos vieron pasar por aquí hasta a los primeros Condes de Castilla, hace mil años. Una senda nos mantiene ceñidos al camino, al tiempo que evita que los visitantes pisemos por todas partes, acabando con los pequeños brotes de tejos que tantas dificultades tienen para salir adelante. Con gran esfuerzo se está consiguiendo que el número de estos singulares ejemplares aumente no solo aquí, sino en toda Castilla y León. A la bajada de la Tejeda nos envuelve un respeto ante estas maravillas del tiempo y de la naturaleza. Cada vez que veamos un tejo de los repartidos por los perdidos rincones de aquí y de allá sabremos que estamos ante un testigo del tiempo, que ve pasar la vida de los hombres como nosotros vemos la vida de las moscas. Más o menos.

 

Autor: Jesús Eloy García Polo

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