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Camboya (5): La vida en un mercado

  • Jesús Eloy García reflexiona sobre "nuestra leyenda negra".

Los mercados siempre son una imagen fiel de cada país y de su tiempo. Así ha sido desde los antiguos zocos, con las mercancías de la Ruta de la Seda, hasta los asépticos centros comerciales del siglo XXI, pasando por los mercados medievales o las ferias de ganados de Cuéllar, otorgadas por el rey Juan II en el siglo XV. Paseando entre los diferentes tenderetes de un mercado podemos ver el nivel económico de una ciudad, la cantidad de producción propia del país, el poder adquisitivo de las distintas clases sociales, atisbamos la distribución de la riqueza, examinamos el concepto de sanidad, higiene y limpieza, comprobamos los standares de la moda…

Pero también adivinamos el status social de la mujer, la situación de los niños, la relación entre las clases sociales, el carácter de la gente… Y bastantes cosas más. Por eso un mercado de cualquier sitio siempre es tan interesante. Fuera de Phnom Penh estamos andando por ciudades más limpias y cuidadas, más «modernas», incluso horteras en sus alumbrados y mobiliario urbano. También esto se refleja en las calles del mercado. Siguen siendo lugares coloristas y llenos de vida. Se puede encontrar cualquier cosa, desde gallos o peces todavía vivos, hasta llantas de aleación para un todoterreno.

Los más vistosos son los puestos de frutas. Apenas conocemos dos o tres de las extrañas variedades que nos encontramos. Nos atrevemos a probar algunas, que, por supuesto, están muy buenas, en general poco dulces y con sabores muy diferentes a todo lo conocido. Es inútil que preguntemos los nombres porque no los retenemos ni un minuto.  Nos cuesta más esfuerzo pasear por los puestos de carne, por su exhibición carnal y por sus olores. Ya hemos olvidado que así eran nuestras carnicerías en los años sesenta. La calle de los peces es más interesante. Vemos peces muy extraños que todavía se mantienen vivos, porque es la mejor forma de conservarlos. Hay pescados secados al sol, que no nos atrevemos a probar, como tampoco los conocidos huevos cocidos con el pollito ya a medio formar. Demasiado fuerte para esta gente de Segovia!.

También venden platos cocinados o precocinados, servidos con unos cucharones a gusto del consumidor. Guisos extraños, pero con buena apariencia. Es un mundo muy heterogéneo, con bastante igualdad de sexos. Ni predominan los hombres como en los países musulmanes, ni tampoco las mujeres, como en nuestros mercados o mercadillos. Lo normal es ver a todas las mujeres vistiendo su pijama, como si acabaran de levantarse. Es su ropa cómoda y «casual» del momento.

Paseando por las calles de estos mercados es fácil imaginar que así debieron de ser nuestras ciudades de la Edad Media. También aquí sigue habiendo calles con los diferentes gremios, madera, hierros, zapateros, joyeros y…móviles de última generación. Es un lujo histórico poder ver en directo esta transición de la Edad Media al siglo XXI. Estamos viendo las asadurillas de un animal… y poco más allá una tienda de tablets Samsung. Toda una lección sobre la historia de la humanidad en breves minutos.

Siempre son interesantes las visitas a los templos y otros monumentos porque damos un repaso a la historia, al pasado del país y así entendemos mejor el presente. Los mercados, en cambio, son toda una lección sobre la vida misma. Nuestros mercadillos de Occidente y nuestros grandes centros comerciales son iguales en todos los sitios. Hablan de nuestra uniformidad y monotonía en casi todo. Por eso nos siguen seduciendo los mercados de estos países que tienen un pie en los siglos medievales.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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