«Con tal de protegerlo, decidí renunciar… Mi compañero, mi amigo, el caballo que lo ha dado todo por mí toda su vida no se merece que lo ponga en peligro… Así que sólo saludé y me retiré de la arena».
Estas palabras de la atleta olímpica de doma ecuestre holandesa Adelinde Cornelissen, me han impactado y han hecho que me acordase de vosotros los caballistas de los Encierros de Cuéllar. Lo más importante era su caballo y el amor a la competición, igual que para vosotros. Cuánto esfuerzo, cuánto trabajo para domar, alimentar y cuidar el caballo para luego poder lucirlo durante unas horas en el encierro. Al igual que en la prueba olímpica los caballos embellecen el paisaje en el que realizan sus piruetas, la imagen de control de la manada de toros en el descansadero con el sol de amanecer no sería igual sin los caballos que la acompañan.
De esto estoy seguro y convencido, pero las circunstancias nos obligan a modificar nuestro comportamiento y tomar decisiones que siendo dolorosas las consideramos necesarias. Al igual que Adelinde, debemos renunciar a algunas cosas por el bien de todos y la continuidad del encierro. Desde el año 1993 es recurrente en las conversaciones la imagen de la masificación de caballos que se produce en nuestro encierro, la belleza del espectáculo, la seña de identidad, y otras causas han ido prevaleciendo en la toma de decisiones. Pero el año pasado se concedió autorización a 520 caballistas, una cifra, yo creo que muy alta para que todos sean encerradores de toros. ¿En qué número nos planteamos limitar la asistencia?, ¿un accidente o un hecho extraordinario nos tienen que obligar a tomar la decisión?
Por otro lado el pinar no ha crecido, el espacio en el que cien caballos eran muchos sigue siendo el mismo, la puerta de salida, la zona de visión momentánea en que al abrirse la puerta se ve la manada de reses antes de que el aire se llene de polvo y ruido y carreras por intuición, de voces,–¿por dónde están?-, ese instante de riesgo no puede considerarse como bello, ni puede compensar la cría de un caballo para disfrute y contemplación de la naturaleza. Ese momento se llena de adrenalina por misterio, por no saber lo que ocurre, pero no por la pericia y trabajo de encerrar toros.
Los Encierros de Cuéllar han tenido, desde épocas muy antiguas, un recorrido campero y otro urbano característicos. Y aunque el tramo por el campo utiliza caminos o sendas de carácter público, cuando existen y es posible, desde tiempos históricos la manada de toros, cabestros y caballistas ha utilizado caminos que han podido incidir, e inciden actualmente, en algunas fincas privadas. Los Estados Democráticos, protegen la propiedad privada como un derecho fundamental de los ciudadanos, aunque con connotaciones sociales (tal como refleja el art. 33 de la Constitución Española de 1978). Debemos pues, aunque estemos de fiesta y de encierros, respetar y cumplir las leyes que permiten nuestra convivencia y desarrollo.
El humorista gráfico Quino decía por medio de su personaje Mafalda: – “Comprensión y respeto, eso es lo importante para convivir con los demás, y sobre todo ¿sabes qué? No creer que uno es mejor que nadie.”-
La tarea campera de encerrar toros requiere de experiencia y conocimientos, de práctica habitual, de entrega y asunción del riesgo, de exposición al peligro, propia y del caballo, de permisos administrativos y seguros, de invertir en cabestros y fincas, de dedicarse a ello, pero además es un compromiso ante todos los Cuellaranos por medio de un contrato administrativo que vincula al Director de Campo y que recoge sus derechos y deberes. Porque es su oficio, porque tiene la obligación de conducir los toros hasta nuestras calles, todos debemos colaborar y respetar ese compromiso dejándole trabajar. Nadie como él puede hacerlo mejor pues lleva más de un mes conociendo las reses y encabestrándolas para realizar el trabajo comprometido. Encerrar los toros es su trabajo y por el que cobra el contrato administrativo.
La conducción de las reses por el campo es laboriosa y peligrosa, pero hay dos puntos significativos, la suelta en el pinar y la bajada por el embudo para entrar en las calles de la Villa. El mejor servicio, el mejor aporte que podemos hacer desde nuestra colaboración es permitir que el Director de Campo lo realice solo, con sus colaboradores voluntarios, con aquellos que él elija en base a su experiencia y profesionalidad pues él es el responsable.
El encierro es de todos, de los que tienen un bastón donde apoyarse para subir los peldaños y esperar junto a su nieto la entrada esplendorosa de las reses en la plaza de toros, y de los caballistas, que respetuosamente y cumpliendo la ley acompañan a las reses bravas por el rastrojo, permitiendo al Director de Campo realizar su trabajo. Cada encierro es distinto y el nuestro debe progresar y adaptarse a los tiempos en que vive para alegría de todos.
Como caballistas, como defensores de nuestro encierro disfrutemos de la belleza que nos proporciona el paso tranquilo de la manada de reses bravas por las tierras de labor, y parafraseando a Adelinde renunciemos a la zona del pinar, renunciemos a la zona del embudo en favor del Director de Campo y protejamos el encierro que es Patrimonio Cultural Inmaterial de los Cuellaranos.
Luis Senovilla Sayalero
Concejal de Festejos del Ayuntamiento de Cuéllar.
19 agosto, 2016
Con un director de encierros y con la colaboración de 20 expertos caballistas es suficiente para hacer llegar los toros,al encierro urbano. Mi opinión.
22 agosto, 2016
Soltad el mismo ganado que el pasdo año tanto bravos como mansos y luego me lo cuentas