El camino que lleva a Belén…
baja hasta el valle por una carretera asfaltada, por la que avanza el autobús público, recorriendo los 6 kilómetros que separan Jerusalem y Belén, pasando dos controles militares. Hice ese camino con el amigo Javier en diciembre de 2016.
Los viajeros palestinos debían bajar en cada control y pasar ante los militares y sus fusiles M16 para volver a subir, mientras a nosotros se nos permitía permanecer en el autobús. Según descendemos hacia la ciudad bíblica vamos viendo por las ventanillas los asentamientos ilegales de los colonos que pueblan con sus chalets y bloques de pisos todas las colinas que rodean la ciudad. Ellos disponen de una carretera alternativa que los conduce a la capital en apenas cinco minutos, mientras los palestinos tardan casi una hora en este recorrido. Cruzamos el muro en una extraña ese de la carretera. La primera vista de esa serpiente de sucio hormigón explica mejor que cien telediarios la política agresiva de Israel en este conflicto sin solución.
Probablemente la situación no fuera muy distinta hace dos mil años. Los romanos dominaban Israel con mano de hierro apoyando a gobernantes serviles como Herodes Antipas. Hoy son los antaño subyugados israelíes quienes aplastan con mano de hierro a los palestinos, permitiéndoles gobiernos sin apenas competencias, ni autonomía económica. Parece que los dioses han cambiado de bando.
A lo largo de la historia cuando se han enredado los conflictos de identidad nacional con las creencias religiosas han producido siempre un veneno mortal de necesidad, traducido en millones de muertos a lo largo de la historia. Este conflicto es uno más de los que hoy existen con esas mismas coordenadas. Siempre las mismas guerras, con distintos nombres.Desde la masacre en el último bastión judío de Masada hasta el actual genocidio de los rohinyas en Myanmar.
El camino que hoy lleva a Belén conduce inexorablemente al muro, uno más de los que estamos construyendo en estos tiempos. Los visitantes extranjeros lo pasamos con la sorpresa de los turistas despistados. Los palestinos lo pasan con indiferencia, con resignación, con abatimiento, con mala leche…hay caras para todo. El autobús para frente a una zona donde el muro está pintado con gran cantidad de murales y enseguida nos señalan el más conocido, el del artista mediático Bansky. El turismo convierte todo en espectáculo, incluso el horror, la opresión y hasta la muerte. Así somos.
A estas alturas de la vida no acabamos de soltarnos de la mano de los diferentes dioses para caminar solos por el mundo. Somos animales que buscamos una explicación, un sentido. Probablemente desde que hubo un primer hombre que fue consciente de la muerte. A partir de ahí necesitó dotar de sentido a su caminar por la vida. Entonces la naturaleza se hizo sagrada, sus montañas, fuentes…, la caza fue sagrada, la tormenta, la lluvia… Todo se llenó de sentido para que este animal pudiera habitar un cosmos ordenado. Y creó las diferentes mitologías para que en cada lugar hubiera relatos que hablaran sobre el origen a los hombres que miraban al cielo pidiendo explicación. Surgieron los templos y en torno a ellos la cultura y la civilización. Pero luego llegaron los sacerdotes y se apoderaron del templo, del salmo, de la canción… y llamaron a la espada. ¡Qué bien poetiza León Felipe toda esta historia! “Que hoy / esos mismos hombres, hijos míos,/ nos han robado a Dios» .
Miramos el muro que abraza Belén con su violencia muda y, confiados en un taxista-guía, nos encaminamos hacia Hebrón, ciudad que encarna hoy el enfrentamiento cerril de los diferentes dioses. Es el corazón de la Cisjordania ocupada, una bellísima ciudad, una de las más antiguas del mundo, que hoy es Patrimonio de la Humanidad. Desde los años ochenta del pasado siglo diferentes oleadas de colonos israelíes han ido ocupando por la fuerza el centro histórico de la ciudad. Hoy está todo lleno de alambradas y estrictos puestos militares de control que solo los despistados como nosotros se atreven a cruzar. Cientos de soldados protegen a unos puñados de israelíes que ocuparon el barrio antiguo en acciones de provocación y soberbia divinas. Lo que era una próspera ciudad palestina se ha convertido en un muerto en vida, sin habitantes, sin economía, sin turismo… Es la tierra de Abraham y allí está La Tumba de los Patriarcas, compartida y custodiada por judíos y musulmanes, con accesos y controles diferentes, con historia de atentados, enfrentamientos y violencias. Mirando estas paredes, estos rezos, estas metralletas… se repasa la historia de las religiones a lo largo de las épocas y las civilizaciones. Ante el absurdo del espectáculo dan ganas de gritar: “Que baje Dios y lo vea”.
Pero nosotros seguimos siendo animales necesitados de un relato. Las antiguas religiones se han convertido en un esperpento del discurso que predicaban en su origen. Con ellas están desapareciendo las certezas, las seguridades, las bases donde se anclaban las preguntas y las incertidumbres de los hombres. Hoy nuestro suelo se mueve, todo es líquido, inconstante e incierto. Solo hay una seguridad que proporcionan las armas, como en Israel. Hay otra seguridad que proporciona el dinero. Y hay otra que proporciona el poder. Sus consecuencias han quedado escritas en las masacres vividas a lo largo de todo el siglo XX.
El mundo, tal como lo conocíamos, está detenido desde hace diez meses. Ha crecido la incertidumbre y el desasosiego. Nadie sabe qué nos puede deparar el futuro. Ni siquiera Mark Zuckerberg, Jeff Bezzos o Bill Gates, los nuevos gurús de la era tecnológica. Ellos solo se dedican a ganar dinero. Solo miran al futuro para incrementar sus balances económicos. Nuestros políticos están tan perdidos como nosotros, solo piensan en cómo ganar las siguientes elecciones. Los dioses tradicionales por primera vez permanecen callados ante una peste apocalíptica. Tampoco ellos ofrecen el antiguo consuelo. El camino que lleva a Belén se pierde entre la niebla.
Y en medio de la desolación llegan estos días con su aire de paz, hermandad y buenos deseos. Necesitamos juntarnos con los nuestros. Más aún ahora. Seguimos siendo aquellos animales asustados que se agruparían en torno al calor del fuego en la cueva acogedora y celebrarían con alegría la llegada del solsticio que anunciaba días más largos, nuevo calor y nueva vida. Celebrarían que estaban vivos en medio de una naturaleza amenazante y que solo si el clan permanecía unido podrían sobrevivir. En esa historia seguimos. ¡Feliz Navidad!
25 diciembre, 2020
Un ensayo de peregrinaje hasta Belén que por muy oscuro y fustigador que sea desde el principio, termina con sus rayos de luz al final, recordando que en la unión está la fuerza.