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Patagonia (5): por la ruta Austral

Por fin en la Carretera Austral

Nos levantamos con tranquilidad. Hace viento y se asoman unas nubes feas. Comentamos con nuestro hostelero que parece que va a llover, pero él sentencia “en Perito Moreno no llueve nunca”. El aspecto de todo el paisaje le da la razón.

Salimos hacia la frontera en Los Antiguos, así llamado porque dicen que ahí se retiraban los viejos de los pueblos nativos. Pasamos sin problemas la aduana argentina. En la chilena tenemos que rellenar unos impresos diciendo que no llevamos nada prohibido. Escribimos y firmamos sin prestar mucha atención. Pero ¡ay de nosotros!. Cuando revisan la furgoneta ven en la bandeja de atrás, a simple vista, una caja con la fruta para el camino. La recogen y nos llaman a capítulo. Hemos firmado que no llevábamos productos vegetales ni animales. Los dos plátanos, dos manzanas y tres naranjas son productos de paso ilegal. Está prohibido importar fruta porque en Chile están sufriendo los efectos devastadores de la “mosca de la fruta”. Nos deben abrir expediente e imponer una sanción. Solo debe de ser a uno. Me entrego a la justicia. Más de dos horas de trámite. Me van llevando con diferentes personajes que me explican lo que hemos hecho, escriben, acusan… Llega una mujer que me pide que haga mi defensa mientras ella escribe. Estoy muy serio y no puedo decir que todo me parece una tontería…por viajar con unos plátanos y manzanas, que para más “inri”, los habíamos comprado en Chile. No importa. Firmo mi defensa y … a esperar sentencia. Llega otra señora y me dice que me levantan la sanción de unos 500 euros por ser la primera vez, pero que andemos con cuidado al pasar las fronteras…

Me reencuentro con Mori que esperaba con preocupación. Ya me imaginaba aparecer esposado entre dos carabineros, camino de los calabozos… Felizmente hace ya tiempo que en Europa hemos perdido el sentido tragicómico de las fronteras.

Volvemos a Chile. Nuestro camino va rodeando el gran lago que se extiende por los dos países. Aquí es el General Carreras, mientras que en Argentina se llama lago Buenos Aires. Así han sido siempre las relaciones entre los dos países. Aún hoy siguen teniendo conflictos por los límites en algunas zonas. El último, en el Canal de Beagle, lo tuvo que resolver… El Vaticano.

Nos impresiona la inmensidad del lago. Parece un mar. Sus aguas se anuncian tormentosas debido a los vientos que cruzan entre la cordillera y la llanura esteparia. Es el segundo más grande de Sudamérica, tras el Titicaca, entre Perú y Bolivia. La pista de ripio que va bordeándolo cada vez se pone más fea. Hay subidas y bajadas terribles, con mucha piedra suelta, junto a unos acantilados que sobrecogen. Son más de cien kilómetros viendo al lado el lago maravilloso… pero amenazador. Paramos alguna vez para tomar aliento, hacer fotos y reponernos un poco. En el mapa no parecía tan larga esta carretera…Toda la mañana sobrecogidos por la mala pista y los acantilados.

Cuando dejamos de ver el lago aparece ante nosotros por fin ¡la Carretera Austral!. Ese fue el primer motivo de nuestro viaje. Luego se han ido sumando otros. Pero aquí, después de más de dos mil kilómetros recorridos por fin rodamos sobre los baches de la Carretera Austral.

No es éste su inicio, porque llega un poco más al sur. En total son 1252 kilómetros entre Puerto Montt (nuestro destino final) y Villa O´ higgins. La mayor parte fue construida en época de Pinochet, por el mismo Ejército. Los dictadores siempre aman las grandes obras públicas. Anteriormente todas estas zonas estaban prácticamente incomunicadas. Se llegaba desde Argentina o bien por vía marítima. Esta parte final es una pista bastante problemática pero que enseguida se comprenden las grandes dificultades de su construcción y del mantenimiento. 

Llegamos hasta un punto señalado en el mapa como “Confluencia del Río Baker-Neff ”. Los dos ríos se unen en un espectáculo grandioso, entre viento, cascadas y sonidos atronadores. Dos colores bien diferentes, uno procede de los lagos y otro directamente de los glaciares.

El camino hacia Puerto Río Tranquilo, en la vertiente norte del lago, lo hacemos bastante rapiditos entre aguas, gravas  y baches  porque se nos echa la noche encima. Es un lugar turístico por las posibilidades que ofrece el gran lago: pesca, kayak, caminatas, lanchas…

El atractivo estrella es la visita en pequeña lancha al paraje singular conocido como “Las Capillas de Mármol”. Salimos muy de mañana porque dicen que luego las aguas del lago amenazan con tormentas. Hace mucho frío. Vamos forrados. Nos acurrucamos en la lancha, escuchando las instrucciones de seguridad. Hay un largo recorrido hasta que ante nuestros ojos comienza uno de los espectáculos más maravillosos que recuerdo. 

Durante los últimos quince mil años el agua y el viento han ido desgastando y horadando las rocas calizas de treinta millones de años en las formas más variadas e imaginativas posibles. Navegamos muy despacio para apreciar y disfrutar de tanta belleza. Hace mucho frío y viento pero no lo sentimos. Nos acercamos y, con bastante susto, nos vamos metiendo por una de las cuevas esculpidas por la acción de las aguas. No es muy profunda, pero vamos conteniendo la respiración. Después nos llevarán a otra donde llegamos a estar casi en completa oscuridad, contemplando todas las líneas y dibujos que nos regalan las distintas tonalidades de las rocas. La variedad de las formaciones es infinita. La Naturaleza es la mejor escultora. Todos la imitan.

Navegamos hacia otra parte del lago donde la erosión ha formado pequeños islotes conformados por estas maravillas esculpidas por el agua. Son la “Capilla de Mármol” y la “Catedral de Mármol”, la portada fotográfica para cualquier referencia. Vamos rodeando cada uno de los islotes sin pestañear y casi sin respirar. Nunca habíamos imaginado que pudiera ser tan bonito. 

El regreso a puerto es muy duro. Nos lo avisan para que nos preparemos. La lancha va dando saltos con fuerte viento en contra y agua helada sobre nosotros. Llegamos empapados y ateridos. Pero lo que hemos visto no tiene precio.

Tras una ducha reconfortante nos ponemos en carretera. Volvemos a la ruta entre frondosos bosques de la Patagonia húmeda chilena.. Nos quedan más de mil kilómetros hasta nuestro destino final en Puerto Montt. Vamos tranquilos. Por primera vez desde hace días. Llueve y vamos disfrutando del paisaje. Recordamos la estepa argentina con sus simpáticos guanacos. La Carretera Austral en esta zona es una continuación de baches y ruidos. No nos importa. A esto hemos venido. Vamos viajando de una postal a otra.

Nuestro destino es Cerro Castillo, que también es Parque Nacional en todo el entorno del cerro dominante. Es un paisaje espectacular con el río Ibáñez a sus pies. Hay una caminata semejante a la de las Torres del Paine, pero ya hemos cubierto el cupo de los esfuerzos extremos. Nos acercamos a ver “El Paredón de las Manos”, un conjunto de pinturas del mismo tipo y época de las que vimos en Argentina, pero… en menor número y peor conservación. Luego Nibaldo, nuestro hostelero, nos comentó que habían localizado hasta setenta paredones con pinturas. Como es imposible protegerlas todas, simplemente las dejan en el anonimato. Amante de la arqueología y de la historia nos estuvo contando cómo había surgido Villa Cerró Castillo en los años 50 del pasado siglo. Tan reciente. Pero hasta entonces solo había acceso por barco. Fueron estableciéndose ganaderos, diseminados por toda la zona. Decidieron unirse para construir una Escuela para sus hijos, en un lugar céntrico para todos. Fue el origen del pueblo. Es muy bonito que una Escuela dé origen a todo un pueblo. Pronto se incorporó Nibaldo a la Escuela y a todas las tareas educativas. Disfrutaba él y disfrutábamos nosotros escuchándole estas historias de unos pioneros que en realidad son de antes de ayer. 

Hoy el pueblo tiene un aire peculiar con sus casas coloreadas, todas de madera. Funciona como centro turístico y comercial de una zona amplia. Buscamos un lugar agradable para cenar. A pesar de que la carta está llena de pizzas y hamburguesas encontramos lo que vamos buscando. Probamos el bacalao del Pacífico, acompañado de la cerveza que ya conocemos. Enseguida nos entregamos al sabor del verdadero pescado fresco. Está exquisito. Una gozada. Repetiremos.

Por la mañana, con tranquilidad, volvemos a nuestra Carretera Austral. Parece que hemos encontrado un poco de paz, en medio del frío y del agua, después de tantas vueltas por las  solitarias carreteras argentinas. A disfrutar de lo que nos espera ahora.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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