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Patagonia (8): Atardecer en el Pacífico

Patrimonios de la Humanidad en Chiloé

Nos han hablado de las maravillas de la Isla Grande de Chiloé que tenemos enfrente de Chaitén. Aquí dejamos la Carretera Austral y los muchos secretos que nos ha desvelado. Queremos cruzar a Chiloé, pero deberíamos esperar tres días para el ferry directo. Nos decidimos por tomar otro hasta Puerto Montt y desde allí cruzamos a la isla en otra pequeña travesía.

El tiempo ha mejorado y en el ferry hacia Chiloé contemplamos por primera vez un atardecer sobre el Océano Pacífico. Hasta entonces nuestras tardes eran grises y plomizas. Chiloé nos ofrece un mundo diferente. En todos los aspectos.

Todo el archipiélago es conocido por sus construcciones en madera, sobre todo las iglesias. Posee tradiciones y cultura propias. Conservan una mitología primitiva que se esfuerzan en mantener en esculturas y literatura. Se reconocen como un pueblo muy religioso, con fuertes lazos de comunidad. Lo más turístico son sus iglesias de madera y los mercados de tejidos artesanales de lana.

De todos sus atractivos a nosotros nos interesa lo que no hemos visto en otros lugares. Por ese motivo no visitaremos sus colonias de pingüinos, ni los paisajes de acantilados, ni los senderos por los bosques. Nos llama mucho más la atención el hecho de que dieciséis de sus iglesias de madera (unas 150) hayan sido declaradas Patrimonio de la Humanidad.

Estamos en Ancud, centro del Obispado, y no tenemos suerte con nuestra primera visita: la catedral. Era de piedra…pero un terremoto en 1960 la derrumbó parcialmente y hoy está reconstruida  en madera, aprovechando el buen hacer de los carpinteros chilotas.

Nuestro camino sigue por la carretera central de la isla. Sin pretenderlo estamos recorriendo el final de otra carretera mítica: la Carretera Panamericana, que discurre por toda América, desde Alaska hasta la Isla Chiloé. Este es su final porque, antes de la construcción de la Carretera Austral, era la carretera más al sur de América. Pero ahora los argentinos reclaman su parte de la Carretera Panamericana y hablan de su variante hacia Buenos Aires y su final en Ushuaia.

¿Qué aportan estas carreteras míticas, además de publicidad? Al igual que otras rutas universales conocidas, como el Camino De Santiago, aportan un sentido al viajero. No solo se ven pueblos, gentes y lugares, no se viaja sin rumbo, sin destino… se camina hacia un lugar que no solo es el final, sino que es el fin, lo que da sentido al camino. Y esto lo necesitamos como humanos si no queremos sentirnos desorientados y perdidos. Cada pueblo, cada rincón, tienen sentido porque nos llevan a la meta. Después decimos que lo importante es el camino… pero el camino no tiene interés para nosotros si antes no lo dotamos de sentido. Donde más evidente se hace es en nuestro Camino De Santiago.

Según vamos circulando nos acercamos a visitar las iglesias destacadas por las que pasamos. Siempre se levantan en lugares verdes, cuidadas y bien conservadas o restauradas.

Tienen su origen en el S. XVII cuando esta zona fue encomendada a los jesuitas que establecieron las conocidas “Misiones”, como en otros lugares de Sudamérica. Hace un tiempo conocí esas misiones en la zona de la Amazonia Boliviana. Eran iglesias espectaculares, todas en madera con una estructura totalmente particular. Toda la historia de aquel tipo de evangelización y colonización fue bien conocida después del éxito de la película “La Misión”, que se ubicaba en la provincia argentina de Misiones, donde todavía se conservan algunas iglesias, junto a las cercanas en Paraguay y algunas otras en lo que hoy es Brasil. En Bolivia se han conservado cientos de partituras barrocas de música religiosa de aquella época. Son un tesoro. Recuerdo que entonces me quedé sorprendido porque aún continuaban los indígenas tocando en las misas del domingo aquella música barroca con violines y violas. Nunca se ha reivindicado lo suficiente la admirable labor de aquellas Misiones de los Jesuitas, tan originales, respetuosas y humanizadoras, ademas de evangelizadoras. Hoy ya no debe ser políticamente correcto defenderlas. Así somos.

Los mismos feligreses fueron quienes levantaron los templos por el sistema de “la minga”, una colaboración comunal de tradición chilota para trabajos que necesitaban de las manos de todos. Se puede decir que “construyeron las iglesias con la minga”.

Aparentemente tienen una estructura simple, a dos aguas y con una o tres naves. Disponen de una torre central y una galería de arcos a la entrada, que cubren un atrio, lugar protector ante las abundantes lluvias. La decoración es muy colorida, mostrando una mezcla de culturas tanto en los motivos  como en las expresivas imágenes, que tanto nos sorprenden a los secos castellanos.

Cuando los Jesuitas fueron expulsados de España en 1767 estas iglesias corrieron mejor suerte que en los otros lugares de Sudamérica. Los franciscanos ocuparon el lugar de los jesuitas, mantuvieron en pie las iglesias y siguieron construyendo otras con estructura semejante hasta el mismo siglo XX.

Vamos recorriendo diferentes pueblos con un encanto que no hemos encontrado en el continente. Todas las construcciones son en madera, cada una diferente, a veces en colores, a veces en tonos madera. La zonas portuarias son aún más llamativas, como vemos en Dalcahue, o Quinchi. Por todas partes nos encontramos. con coloridos murales sobre temas diversos, no exclusivamente reivindicativos. Hay una cultura propia que aflora en cualquier parte.

En la iglesia de Chonchi nos encontramos una cuadrilla de albañiles-carpinteros ocupados en obras de restauración. Animados en buena conversación nos comentan que “nosotros siempre quisimos ser españoles”. Siguen recordando un hecho muy significativo. Tras la independencia de Chile solo la isla de Chiloé permanecía fiel a la corona española. Por dos veces derrotaron a las tropas que intentaron tomar y subyugar la isla rebelde. En mucho sitios recuerdan la batalla de Mocopulli, en 1824, donde derrotaron a los libertadores republicanos. Finalmente en 1826 llegaron a un Acuerdo para formar parte de la República de Chile. Y hasta hoy… que nos lo recuerdan con simpatía.

El siglo XIX representó desarrollo y progreso para la isla que se convirtió en lugar de abastecimiento para los buques balleneros que esquilmaron las aguas australes. Su madera fue explotada sin límites, porque era mucho más accesible que la de las empinadas vertientes del continente. La mayor parte de los “durmientes” (traviesas) de las vías de los países sudamericanos del Pacífico proceden de la isla de Chiloé. Pero a pesar de tanta explotación todavía les quedó mucha madera para su arquitectura tradicional colorida y siempre creativa.

Y aún nos cuentan otra buena historia en un rincón entre cerveza y cerveza. Diferentes estudios de las Naciones Unidas han corroborado que la mayor parte de las patatas que hoy se cultivan en el mundo proceden de esta Isla Grande de Chiloé. No proceden del altiplano andino, como se pensaba. Podemos atestiguar, de forma empírica, que aquí hemos probado las mejores patatas fritas de nuestra vida, aunque en una ocasión llegamos a pagarlas a precio noruego. Aún ahora recordamos su sabor, pero no su precio.

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

1 Recado

  1. Hermoso recorrido por la historia.

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