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Desde el mar de Pinares: Demasiada caridad

Foto: Archivo

Me siento a escribir mordido por la noticia de que Jeff Bezos, dueño de Amazon y uno de los hombres más ricos del mundo, donará gran parte de su fortuna a causas solidarias. Hace ya un tiempo otro de los magnates de nuestro tiempo, Mark Zuckerberg dueño de Meta, hizo lo propio. Y hace más tiempo aún que el primer rico y famoso de la era digital, Bill Gates el creador de Windows, y su esposa Melinda andan repartiendo dinero por medio mundo y predicando sobre diferentes causas, siempre dentro del ámbito de lo que en nuestra modernidad llamamos  “solidaridad” o “filantropía”, pero que siempre se ha llamado caridad, una cosa que hoy no está de moda. Es la eterna manipulación del lenguaje para ocultar lo que en realidad no queremos nombrar.

Algo debe funcionar mal en nuestra rica y democrática sociedad cuando es posible que los más espabilados puedan amasar fortunas de más de 120.000 millones de dólares en un par de décadas o incluso hasta 240.000 millones, en el caso de Elon Musk. Mientras tanto han crecido de manera desorbitada las desigualdades en todas las sociedades. Hay mayor distancia entre países pobres y ricos. Los trabajadores han visto recortados sus derechos y su poder adquisitivo. Los ciudadanos han sufrido graves recortes en sanidad, en educación y en otros servicios sociales debido a las sucesivas reducciones de impuestos que han marcado la ruta de los diferentes gobiernos, sobre todo de la derecha, pero también de los gobiernos supuestamente socialdemócratas.

Pero no solo las grandes fortunas se lanzan a los caminos de la caridad y la solidaridad, también todos los ciudadanos de a pie nos embarcamos en todo tipo de causas solidarias: lucha contra el cancer en general, el de mama en particular, investigación de diferentes enfermedades raras, proyectos de ayuda a países en desarrollo, contra el hambre, contra la pobreza, bancos de alimentos… Cualquier festival, marcha, concierto, proyecto, teatro, disco… que quiera tener un plus añadido debe incluir en sus carteles una causa benéfica. Y hasta determinadas ropas, alimentos, cachivaches…aprovechan como publicidad las donaciones solidarias para diferentes proyectos. Todos estamos embarcados en esta aparente marea de solidaridad. 

Sin embargo la mejor solidaridad es pagar los impuestos exigidos por unas leyes justas que buscan la redistribución de la riqueza -que todos creamos y de la que se adueñan unos pocos- para conseguir una sociedad más igualitaria. El mejor acto de filantropía de esos prohombres del neoliberalismo seria pagar los impuestos correspondientes en cada país, mantener sueldos dignos y unas condiciones más humanas de trabajo. En eso consiste el verdadero patriotismo, el amor al país y a sus conciudadanos. 

Pero el aumento de este tipo de caridad es sin duda un fiel testimonio de que algo está fallando en nuestra organizada sociedad. Cuando hay mucha caridad está claro que es debido a que falta mucha justicia. Si hubiera más justicia social, en sentido amplio, habría menos necesidades de caridad. 

Todos conocemos cómo han hecho sus fortunas estos alumnos aventajados del Neoliberalismo. Han buscado todos los resquicios legales para crear las nuevas empresas que les han permitido, con ayuda de su amplia ingeniería financiera, abaratar costes, transportes, sueldos y sobre todo disminuir los impuestos hasta límites impensables hace dos décadas.

A ninguno de esos millonarios neoliberales se les ocurre llevar a cabo un aumento lineal de los  ingresos de sus trabajadores, en lugar de sus actos de “filantropía”. Es mucho más moderno y  socialmente mejor visto hacer donaciones a buenas causas que subir el sueldo a los explotados currantes. Fueron muy discutidas en su día las donaciones de escáneres a la Seguridad Social por parte de Amancio Ortega. En estos días nos enteramos de las lamentables condiciones económicas de las empleadas de sus tiendas y de sus reivindicaciones.

A través de las Oenegés los países del primer mundo hemos externalización la gestión de la caridad con el resto de los países. Todos nos sentimos reconfortados cuando aportamos nuestro granito de arena a cualquiera de esas causas o proyectos solidarios, bien sea una Escuela en Benin, un Centro de salud en Somalia o una vacuna para los niños de Etiopía. Nuestra conciencia queda tranquila y no nos hacemos más preguntas sobre el porqué de la situación en aquellos mundos. Simplemente, nosotros somos ricos y ellos son pobres.

También en este sentido, a escala internacional, la caridad debe de tapar los agujeros que deja la justicia. La caridad nunca ha solucionado ningún problema, simplemente parchea los desperfectos de una carrocería que cruje demasiado. Las Oenegés tampoco solucionan problemas ni cambian absolutamente nada en los países donde trabajan. Simplemente lavan la cara y apuntalan los desperfectos del sistema neoliberal para que siga funcionando. Tal como representaba El Roto en una de sus viñetas “ las oenegés son un engranaje más del Capitalismo”. Así es. Todos los actos caritativos refuerzan aún más un sistema social injusto. Resuelven un conflicto puntual, pero no cambian en nada la situación. Terminado el acto caritativo, el problema persiste en el mismo punto. El ejemplo más claro lo representó Teresa de Calcuta. Con su labor caritativa solo pretendía que las personas más pobres tuvieran una muerte digna y un poco de consuelo. No pretendía cambiar nada de la sociedad india, anclada en castas y desigualdades. Su labor ayudaba a que todo siguiera igual. Por eso el anterior Papa, tan amante del mundo tradicional, enseguida se apresuró a hacerla santa, como faro de esa Iglesia que se pone nerviosa ante cualquier reivindicación social o política.

La Iglesia católica, junto con las otras las grandes religiones, son grandes multinacionales de la caridad. Tiempo atrás la Iglesia inventó el tema de las Indulgencias como medio de conseguir “donaciones” para sus mejores causas altruistas y solidarias, desde las Cruzadas o la Guerra de Granada hasta la construcción de San Pedro del Vaticano. Ya dice Manuel Vicent que fue un genio de las finanzas el que inventó el Purgatorio. Gracias a este precursor de la ingeniería financiera hoy la Iglesia católica es propietaria de miles de templos, conventos, colegios, tierras, propiedades y activos financieros suficientes  para marear a cualquier banquero. Todo por obra y gracia de donaciones caritativas, que hoy llamaríamos actos de solidaridad y filantropía.

Toda esta marea de caridad-solidaridad hoy es algo muy extendido, promocionado y divulgado por los medios. Siempre las élites políticas, religiosas y  económicas han tendido a naturalizar la desigualdad a lo largo de la historia. Los diferentes gobiernos trabajan al servicio de esas élites al tiempo que implementan los servicios sociales mínimos e imprescindibles para que el descontento no llegue a provocar una rebelión social. En el fondo de la memoria se mantiene el recuerdo de la Revolución Francesa. 

¿Hay alternativas? No tenemos muy claro en qué punto histórico nos hallamos hoy. El siglo XIX fue el tiempo del nacimiento de las grandes utopías para mejorar las sociedad. Algunos de esos proyectos utópicos se llevaron a la práctica a lo largo del siglo XX y cosecharon absolutos desastres, provocando las guerras que marcaron todo el siglo pasado. Ahora nos dicen que ya no estamos en un siglo de ideologías, que estamos viviendo en la única alternativa posible. Así hemos pasado de un tiempo de utopías a otro de distopías, donde nos conformamos con la realidad y no nos queda más consuelo que la imaginación más delirante para atisbar nuestro dudoso  futuro.

La globalización ha favorecido a quienes tienen poder. Han crecido las desigualdades de todo tipo y a lo largo de todo el planeta. Desigualdades económicas, desigualdades regionales, desigualdades entre el mundo rural y el mundo urbano, desigualdades de género, generacionales… Todas ellas van provocando un gran descontento, un malestar e inestabilidad social. 

Ante estos tiempos de incertidumbre y tan faltos de certezas y de seguridad, surgen las propuestas populistas que aportan soluciones más emocionales que reales pero que tranquilizan a una buena parte de la ciudadanía al ofrecer un futuro más seguro y tranquilo, manteniendo los supuestos valores tradicionales de un mundo ya caduco. 

Cada día vemos diferentes aristas y manifestaciones de estas desigualdades y desequilibrios que están socavando nuestro sistema democrático. Cada vez aparece más claro que si nuestro sistema democrático no acaba con las desigualdades, serán los efectos de esas desigualdades los que acaben con el sistema democrático.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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4 Comentarios

  1. Pues lleva usted razón.Deberíamos pagar más impuestos para que todos nuestros ministros puedan viajar en «Falcon»,para que los «Eres»de Andalucía en lugar de 680 millones sean varios miles y para que Yolanda Díaz se compre un casoplón como el de Pablo Iglesias.Lo que hay que oír,en este caso leer.

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  2. Amén a todo, querido Eloy.

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  3. Alguien debería explicarle que esos ricos no amasan dinero en sus cajas fuertes. Su fortuna es una valoración que el mercado hace de las acciones que poseen de sus empresas. Y estas valen tanto por el buen desempeño y su capacidad de generar riqueza.
    Un ejemplo : la fortuna de zuckerberg el dueño de meta ha caído un 70% en el último año por su apuesta equivocada por el metaverso.

    Lo que si debería preocuparle son los 60.000 millones anuales!!! Que nos cuesta la ineficiencia del sector público.. según algún organismo, que yo creo que es mucho más. Y eso si que es dinero contante y sonante que sale de nuestros bolsillos.
    Con la escusa de la sanidad y la educación nos hacen cargar con decenas de miles de zánganos. Ya está bien!!!

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  4. Así es la cosa. De acuerdo en tu análisis de las desigualdades.

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