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Luciano Santos, el artista de la piedra del páramo de Campaspero

Luciano Santos tallando piedra.

Como las piedras del páramo, curtidas y embellecidas por el paso del tiempo, así vive Luciano bajo el cielo limpio de Olombrada. Su encuentro con la piedra fue tardío, como un amor sosegado y maduro. Siempre anduvo por los recovecos del arte, pero la vida le obligó a andar por otros caminos y se empeñó en no darle la oportunidad que sus manos pedían. Luciano tiene un horizonte tan amplio que se permitió el lujo de nacer en un pueblo de Barcelona. Allí aprendió las primeras letras y, cuando llegó a Cuéllar a los 9 años, ya sabía que el mundo era mucho más grande que las calles de su barrio.

Lo conocí en la mocedad en torno a la alquimia de un laboratorio fotográfico casero de blanco y negro. Luego se entregó a un amor fou por la cerámica y al mundo imaginativo de El Lobo Feroz, un pub en medio de los páramos pelados de Campaspero. Allí empezó a trabajar la piedra de la mano de José Gozalo, un cantero tradicional. El tiempo pasa sin avisar y llegó el día en que alguien le dio un empujón para encontrarse en Valladolid, en la Escuela Superior de Artes, con un maestro de la piedra. Y ahí comenzó su penúltimo recorrido artístico.

Descubrió que vivía en un paraje maravilloso para dejarse querer por la blancura de las duras calizas de estas tierras. Comenzó haciendo de su casa en Olombrada un verdadero museo, lleno de sueños y realidades. Desde caracolillos que surgen fosilizados o caballitos de mar que abrazan una ventana, hasta mujeres que añaden luz a una esquina. Nos encontramos con una virgen medieval, caras sugerentes, monstruos oníricos, insinuaciones abstractas, manos abiertas o trabajadoras…Todo está envolviendo el gran altar blanco donde sitúa su lugar de trabajo, en medio de este espacio rural, tan rural como los limpios atardeceres de invierno.

Pero más allá de su casa es donde Luciano ha ido echando verdaderas raíces, recuperando las piedras que a lo largo del tiempo han dado sentido a la vida y a la historia de las gentes de aquí. Con el apoyo de la Asociación Cultural de Olombrada ha levantado un gran Monolito en el Coto de Revillafruela. Allá donde antes hubo otra piedra señalizadora que alguien robó hace unos años. Tenía su origen en los siglos medievales y servía para delimitar las Comunidades de Villa y Tierra de Cuéllar, Peñafiel y Fuentidueña. En este lugar había una cotera, una zona común de las tres comunidades, probablemente dedicada a pastos para el ganado. Hoy el monumento tiene tres lados que miran a las respectivas Comunidades, con los nombres de los tres pueblos que aquí se unen, Olombrada, Canalejas y Vegafría.

También ha querido poner freno a la desidia de estos tiempos recuperando el conocido como Pozo del Campo, con su amplio brocal y una pila en piedra, disponible para el ganado. Luciano recorre estos lugares como el que visita un museo natural, lleno de posibilidades. Conoce cada una de las cruces en piedra que el tiempo ha ido dejando para marcar cruces de caminos o eventos señalados que hoy ya se han olvidado.

En un recodo de la carretera que cruza el pueblo ha levantado un monumento que él llamó “Prima Codicia”, para dejar allí escritos en piedra los años de corrupción y avaricia sin medida. Nada mejor que un cerdo abrazando monedas para representar esa lacra política y social con la que saludamos al siglo XXI.

La tranquilidad del tiempo, su pausado aprendizaje, su experiencia, sus ideas anteriores…todo ha culminado en la gran escultura en bulto redondo que domina el patio de la casa. Es “El Parió”. Tres figuras en violenta actitud que dan cuerpo a un juego tradicional de Cuéllar, hoy ya desaparecido, pero que ayudó a crecer y a “socializarse” a la generación de Luciano, jugando en las plazas o en las eras. “Aunaba esfuerzo físico, contacto y temeridad, con los unos trepados sobre los otros en el trance de la lucha y el sudor. Era la preparación iniciática para la vida dura que nos esperaba”.

Este proyecto rompió con todos los moldes anteriores. Escribe el autor :” Muchas noches me embargaba la duda,/ ansiedad, reconcome…/Cualquier avance es efímero./Sé lo que aún queda por delante./ A veces el sol me protesta/ Otras la lluvia me abate./Algunas otras cincel y maza/ batallan con el alma./Otras, el grito en la garganta./ Empieza el remate y se depura el detalle/ Y sueño con modelos que no llegan/.

La obra surgió de un gran bloque de piedra de Campaspero de cuatro metros cúbicos y más de once toneladas de peso. “Piedra densa, rebelde y dura”, según confiesa.

Es el homenaje a toda una generación que creció en la calle, con dureza y a veces con violencia no negada. Una generación que fue la última en disfrutar de juegos que habían pervivido durante siglos. Muchos de la época medieval y algunos desde los romanos, como el juego de las tabas. Unos juegos eran para chicos y otros para chicas, aunque a veces se mezclaban si en el barrio no había suficientes pantalones o faldas. Entonces no se hablaba de bulling, ni de acoso. La calle era dura y la pandilla de amigos era el único lugar seguro para caminar por la adolescencia.

Esta escultura de “El Parió”necesita ojos que la miren y que se reconozcan en la expresividad de los rostros, las manos y la tensión de los cuerpos. Con su silencio quiere ser el recuerdo perdido de toda una generación. Habrá que buscarle su lugar en un espacio cercano en Cuéllar para tener presente todo aquello que poco a poco hemos ido perdiendo.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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