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Camboya (3): camino del Mekong «como en las pelis»

Hemos hecho diferentes recorridos por la capital, pero lo lo que más hemos apreciado ha sido la vida en las calles. Sin embargo no hemos dejado de hemos visitar los monumentos más recomendados, el Palacio Real y la Pagoda de Plata. Allí viven el rey y los dioses. Más allá,en la calle está la gente que da vida al país, siempre con un profundo sentimiento religioso, expresado en el respeto a los monjes.

Camboya es un país budista, con algunas minorías musulmanas o hinduístas. Durante muchos siglos adoró a los cientos de dioses hindúes hasta que en el siglo XIV, por decreto real, se convirtió en un país seguidor del Buda. Extraño, pero funcionó. También en Europa monarquía y religión del país iban unidos. Siempre fue una excusa y tapadera para grandes conflictos bélicos.

Los Jemeres Rojos prohibieron cualquier culto, cerraron los monasterios, asesinaron monjes y trataron de imponer el ateísmo por decreto. Después de sus cuatro años de terror volvieron a abrirse los monasterios, volvieron las visitas a las estupas y volvieron los monjes a pedir limosna en las calles. Volvió la religión a las calles.

La Pagoda de Plata nos recordaba por su ostentación de riqueza a los tesoros de nuestras catedrales. El suelo está cubierto por más de 5000 baldosas de plata, con un peso de unas cinco toneladas. En el centro hay un Buda de jade de incalculable valor y otro, de tamaño natural, de oro macizo, de más de noventa kilos, recubiertos a su vez de cientos de diamantes…Las religiones empiezan pobres, pero con el tiempo sus administradores terminan forrados. Parece que a los dioses les gusta verse reflejados en oro y plata. Debe de ser para que sus brillos les oculten la pobreza, el sufrimiento y las penurias que pasan las gentes que les adoran. Nuestras catedrales están llenas de toneladas de plata de Potosí que supusieron la muerte de cientos de miles de indios quechuas y aimaras.

Pero dejamos las glorias y las miserias de Phnom Penh y nos vamos hacia el norte, a zonas rurales, alejadas del turismo. Son siete horas de autobús que nos dan  unas precisas y preciosas pinceladas sobre la vida de Camboya. Carreteras de todo tipo, campos de arroz para sembrar, plantaciones de árboles del caucho, sudando como los pinos resineros, plantas de pimienta, alguna ciudad de aire colonial francés y sobre todo muchas serrerías y zonas de selva devastadas para madera, sin ningún tipo de repoblación. Es el dinero rápido de loa países pobres.

El autobús hace paradas para que comamos y bebamos algo. En la primera encontramos un puesto con saltamontes fritos, tarántulas negras y hermosas, gusanos de seda… Y además una perola con un guiso irreconocible. Nos conformamos con una cerveza. En la segunda parada ya encontramos dátiles y plátano frito. Esa fue nuestra comida del día. Las imágenes del camino pusieron el resto de energía.

LLegamos a Kratie, nuestro destino, en medio de un diluvio tropical. Estas lluvias siempre son bienvenidas porque refrescan. Empapados pero nunca resfriados nos recibieron unos tuc-tucs anti lluvia para dejarnos en un hotel increíble para nuestros planteamientos. Son lujos que hay por el interior y que se ofrecen muy baratos cuando hay pocos turistas.

¡A disfrutar de la vida a la orilla del mítico Mekong, el de las pelis sobre la Guerra de Vietnam.!

Autor: Redacción Cuéllar

Muévelo

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