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Colores de Bretaña y Normandía (8)

  • Playas del desembarco

Viajar es fatal para los prejuicios, la intolerancia y la estrechez de mente (Rick Stein, cocinero)

Andanza 9

El Mont Saint Michel es el límite entre Bretaña y Normandía. Ahora nos encaminamos a las llamadas “Playas del Desembarco”, lugar histórico para toda Europa desde aquel Día D, el 6 de junio de 1944 cuando comenzó el Desembarco de Normandía, el principio del fin de la Segunda Guerra Mundial.

Vemos largas playas de arenas movidas por el viento y el fuerte oleaje. Son cinco las playas donde se efectuó el Desembarco de más de 130.000 soldados, pero las más conocidas son las de Utah y Omaha, nombres en clave que se han quedado para siempre.

Vamos recorriendo kilómetros de carreteras a lo largo de las diferentes playas. Paramos aquí y allá, en diferentes lugares donde hay búnkeres, baterías o restos de bombardeos. También cada pueblo tiene su monumento, sus placas o lápidas que nos hablan del sufrimiento de estas gentes que estuvieron durante mucho tiempo en primera línea de fuego.

Estamos en uno de esos lugares donde se ponen en cuestión los tópicos objetivos del turismo. ¿Venimos aquí a disfrutar? ¿Venimos a hacernos selfies donde murieron miles de jóvenes? ¿Cuál es el sentido de visitar este lugar? Sin duda estas playas ya ejercen una selección de visitantes. A nadie le apetece ir a encontrarse con lugares de muerte por puro divertimento. Lo primero que ofrecen estas playas es una lección de historia. Después invitan a una reflexión sobre el porqué de las guerras.

No soy aficionado a temas militares. Apenas pongo atención a los detalles y la logística de las operaciones. Todos los cachivaches de matar que vemos en los diferentes museos no despiertan mi interés, como tampoco lo despertaron las innumerables películas sobre la II Guerra Mundial, ni los comics de “hazañas Bélicas” de mi infancia, que se empeñaban en transmitir la épica de los héroes. Cuando aparece un tema meramente humano, como en “Salvar al soldado Ryan”, se rompen todos esos esquemas bélicos y épicos. En realidad sabemos y conocemos mucho más sobre esta guerra de “los otros” que de nuestra propia Guerra Civil. ¿Por qué será? ¿Miedo a nuestra propia historia? ¿Miedo a reconocer el monstruo interior que a veces despierta?

Toda la presentación del armamento, la documentación, las películas que proyectan en los museos están dedicadas a engrandecer la figura de los héroes. Es la gloriosa épica militar de la guerra. Aquí no aparece el sufrimiento que provoca en el resto de la población. Tampoco se ofrece ninguna conclusión sobre tanta muerte y destrucción. Yo escribiría en la puerta “No sigáis a los locos que nos conducen a estas tragedias” “No votéis a los que dan el primer paso para destruir nuestras democracias” “Cultivad la política de las discusiones y los acuerdos. Desterrad la violencia verbal que siempre antecede a la de los hechos”.

La exaltación de la guerra y de sus héroes ha sido una constante de nuestra cultura desde los griegos. Los grandes héroes, emperadores, conquistadores y guerreros que estudiamos en los libros de historia han sido en realidad grandes asesinos de masas que nuestra cultura guerrera consigue revestir de épica gloriosa. Los griegos que asediaban Troya se mostraron como asesinos implacables de mujeres y niños cuando consiguieron entrar en la ciudad. Aquiles descabezó con su espada a doce nobles troyanos ante la pira de Patroclo. Ulises ejecutó cruelmente uno a uno a los pretendientes de la fiel Penélope cuando regresó a Ítaca. Alejandro Magno incendió y destruyó Persépolis masacrando salvajemente a toda su población. Los generales romanos asesinaban a poblaciones enteras, como César en Alesia o Escipión en Cartago. Nuestros reyes medievales eran en general crueles y sádicos asesinos que se ejercitaban tomando ciudades y matando a toda su población, como en la Jerusalén de la Primera Cruzada o en el Béziers de la Francia cátara, por hablar de ejemplos que están ampliamente documentados. Napoleón extendió la muerte, la rapiña y las masacres por toda Europa, bajo la aureola de las ideas de la Revolución Francesa…

Los libros nos cuentan estas historias como hechos memorables por su heroicidad, por sus logros de conquista o por su influencia en el devenir de la historia. Ninguno es señalado por su crueldad y por los miles o millones de muertes que provocó. Hasta los mismos vikingos, los grandes terroristas, salteadores y asesinos de hace mil años tienen una aureola de romanticismo y de respeto histórico. Para engrandecer a esos héroes nuestros libros nos señalan también a los malos de la historia: primero los persas, luego los árabes, Atila, Gengis Khan, Felipe II para los protestantes… hasta llegar a Stalin, Hitler y Osama Bin Laden, que ayudan a glorificar a los héroes luchadores, a justificar todas las guerras y… a justificar la necesidad de seguir manteniendo costosísimos ejércitos. Nadie predica que si no hubiera ejércitos se podrían solucionar la casi totalidad de los problemas del mundo derivados de las desigualdades, hambrunas, migraciones forzosas, pestes, catástrofes naturales o cambio climático.

Por esta razón, cuando miro en estos museos las herramientas de matar, pienso que seguimos en el mismo punto del Neolítico de hace 10.000 años cuando un primer hombre levantó un tronco para destrozar el cráneo de otro y quedarse con su cosecha de cereal. Nuestras modernas y tecnológicas guerras continúan con el mismo esquema.

Pero la vida sigue. Y vemos en la Playa de Omaha, donde murieron en unas horas de aquella madrugada más de 4000 soldados de ambos lados, que la gente toma el sol, se baña y hace surf… mientras esperamos el siguiente desastre.

Terminamos el recorrido visitando el Cementerio-Memorial de los soldados americanos. Casi 10.000 soldados enterrados. Tampoco es un lugar “turístico”. Me recorre la misma sensación de desasosiego y me asaltan las mismas preguntas que cuando he visitado otros lugares parecidos que mantienen la memoria de miles o de millones de muertos. Así ha sido en los cementerios de Gallipoli, Turquía, donde murieron casi 500.000 soldados de ambos bandos en una batalla baldía de la I Guerra Mundial, por una cabezotada del joven Winston Churchill. También me sentí estremecido en los Campos de la Muerte de Camboya o en los barracones de Auschwitz.

Cementerio memorial.

Todos estos lugares se han levantado con el consenso y los acuerdos de los herederos de víctimas de uno y otro lado. ¿Y nuestro Valle de los Caídos? Es el único monumento que conozco en un país democrático con el que solo se identifica una parte de las víctimas. Es la constatación del problema que tenemos para entender el significado de la Memoria y cerrar un conflicto histórico. ¿Es tan difícil reconocer que las víctimas son de uno y otro lado? ¿Es tan difícil reconocer que quienes ganaron la guerra provocaron más sufrimiento y más víctimas con la sangrienta represión de los años posteriores? ¿Es tan difícil dejar de ser el país con más desaparecidos, después de Camboya? Ni siquiera la Iglesia Católica ha hablado con claridad ni ha reconocido su apoyo expreso a la represión y a la Dictadura. Sería un primer paso para solucionar los conflictos que se mantienen candentes. En otros países ya han cerrado esos conflictos.

Ya sé que esto no es una crónica de viaje al uso. Pero es parte de la riqueza de los viajes. Lo que contemplamos más allá de nuestra aldea nos pone frente al espejo de nuestras propias miserias, frente al espejo de la historia que se repite, frente a nuestros errores y frente a los desafíos que hoy nos interpelan. Para cerrar, Traigo unos versos de León Felipe que siempre me han acompañado en las visitas a estos lugares oscuros de la historia…

“¿Quién lee diez siglos en la Historia/ y no la cierra/ al ver las mismas cosas siempre/ con distinta fecha?/ Los mismos hombres/ las mismas guerras/ los mismos tiranos/ las mismas cadenas/ los mismos esclavos/ las mismas protestas/ los mismos farsantes/ las mismas sectas/y los mismos/ los mismos poetas…/ ¡Qué pena, qué pena /que sea así todo siempre/ de la misma manera!

Autor: Jesús Eloy García Polo

Muévelo

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