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Egipto (8): La locura de El Cairo

Hemos terminado el crucero y el tour de las Pirámides de la mano de la agencia, porque no hay otra forma de hacerlo. Ahora vamos a quedarnos unos días en El Cairo por nuestra cuenta. La primera impresión es de caos y de locura absoluta. Es la ciudad más grande de África, con 25 millones de habitantes y 4 millones de coches, la mayoría viejos y contaminantes. Se extiende a lo largo de 70 kilómetros. El ruido, la contaminación, la suciedad y el caos son omnipresentes.

El primer viaje en taxi, o el primer cruce de calles toreando los coches, nos pone los pelos de punta, pero en una tarde ya estamos acostumbrados y nos parece lo más natural. Para que la vida sea casi normal los ciudadanos ponen una exquisita amabilidad en todo momento, en el hotel, en la calle, en el garito de comidas, en los taxis y en cualquier acera. Fuera de las calles del centro la gente enseguida nos saluda, nos pregunta de dónde venimos, muestran sus preferencias por Messi y los adolescentes nos piden selfies constantemente. Ahí nos quedamos en un montón de fotos de móvil que les hacen tan felices.

Por encima de todo El Cairo es una ciudad agresiva e inhumana para sus habitantes. Todo está pensado para que el tráfico caótico no llegue al colapso. Apenas hay semáforos o apenas se respetan. Las aceras son un cúmulo de trampas para los peatones y cualquier recorrido a pie es una carrera de obstáculos. No existe el concepto de “un paseo”. En el centro hay suciedad, que más allá se convierte en auténtica porquería.

Sin embargo, la gente vive y sobrevive en medio de este infierno. Es amable, sonríe y probablemente disfruta de su ciudad. Fuera del Museo Egipcio y del Barrio-bazar de Al Jalili apenas se ven turistas. Pero lo que más llama la atención es la sensación de seguridad en todo momento, incluso en los más sórdidos callejones donde nos hemos metido. Esto no es Sudamérica. A cualquier hora se puede andar tranquilamente.

Por contra, en la zona turística los controles policiales o de seguridad privada son constantes, en cada hotel, museo, restaurante de nivel…hay escáneres, registros y seguridad armada. Igual al acceder a determinados barrios, como el Copto, Al Jalili o zona amurallada. El poder militar no pierde ocasión de mostrar su sombra alargada en todo momento y lugar.

La primera tarde nos fuimos a visitar la Mezquita de Tulum, la segunda más antigua, en el llamado Barrio Musulmán o de Mohamed Alí. Por supuesto, la Mezquita y la Madrassa, que creció con ella, nos gustaron, sobre todo su minarete con escalera exterior de caracol. Pero nos dejó sorprendidos la suciedad, la miseria y el abandono de todo El Barrio. Había calles que fueron muy bonitas algún tiempo, con mezquitas, monumentos y casas muy distinguidas, pero hoy son un reflejo del abandono y el olvido de los más pobres. Nos permitieron subir a un altísimo minarete para contemplar el espectáculo más desolador, tejados hundidos, casas abandonadas, enjambres de parabólicas y cables…en fin, los desastres de una ciudad que crece totalmente descontrolada.

Contra todo desesperanza, los niños juegan en las calles, la gente toma el té y conversa a la puerta de los garitos, los taxistas son muy amables y el sol se pone cada tarde de una forma maravillosa. Sin embargo todavía hay otro barrio que puede dejar más hundido a un turista despistado. Es la llamada “Ciudad de los muertos”. Son varios kilómetros cuadrados en pleno centro de la ciudad por donde se extiende un “cementerio habitado”.

Cada tumba familiar se halla en un mausoleo-casita donde están los diferentes sepulturas. Tras las guerras con Israel de los años 70 muchos habitantes de las ciudades fronterizas huyeron a El Cairo y se refugiaron en los mausoleos de este gran cementerio, que hoy continúa siendo su casa, su barrio y todo su futuro. Nos asomamos allí al anochecer y nos dejó sobrecogidos. Cualquier foto hubiera resultado ofensiva y la miseria también exige respeto.

A pesar de los pesares, seguimos en El Cairo disfrutando y sorprendiéndonos en cada rincón…pero lo que no perdono es la dificultad de encontrar cada tarde una cerveza Sakkara.

Autor: Jesús Eloy García Polo

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